“Perdí a Di Stéfano dos veces: por sus hijos y cuando me lo llevó Dios”, manifestó Gina González, la novia 50 años menor que el crack Alfredo Di Stéfano, quien habló por primera vez tras la muerte de su gran amor.
Acumula el llanto de más de un año. Se nota en sus ojos, en las palabras y hasta en los 7 kilos que perdió. Su dolor infinito comenzó en mayo de 2013, cuando la separaron de su gran amor, Alfredo Di Stéfano, uno de los mejores futbolistas de la historia, con quien mantuvo una relación de seis años. “Lo perdí dos veces: la primera fue la más difícil, cuando sus hijos impidieron que nos sigamos viendo. Y la segunda, cuando se lo llevó Dios”, dice Gina González -costarricense, 37 años- a Clarín.
En abril llegó a Barracas, donde había nacido la “Saeta Rubia”. Y en ese barrio se enteró de la muerte de su amado, el 7 de julio. Tres días antes había cumplido 88 años. “En Barracas lo siento cerca, eso me hace feliz”, dice.
Gina se recibió de abogada en Costa Rica y en Madrid –donde llegó a los veinte y pico– obtuvo el título de entrenadora de fútbol. Dice que tiene licencia A de la FIFA y gran experiencia en el periodismo deportivo. Ahora busca trabajo. Desde chiquita iba a ver fútbol con su papá, quien fue abogado del club Saprissa de Costa Rica.
El fútbol es el motor de su historia de amor, que podría ser guión de película. A Alfredo lo conoció en 2007, cuando trabajaba en el Real Madrid y su jefe la convocó para hacer un libro sobre el gran ídolo del fútbol español. “No fui por él ni lo busqué, lo conocí en una oficina trabajando. Por eso asumo que el destino nos unió. A los tres minutos de sentarme frente a ese hombre me di cuenta que era alguien especial. Y desde ese día hasta que nos separaron a la fuerza, estuvimos juntos”, confiesa.
Fue su secretaria y su representante. No vivieron juntos, aunque se veían a diario. Gina no quiere hablar sobre el tipo de intimidad que mantenían. Cenaban en restaurantes argentinos, seguían los partidos de la selección argentina, hablaban de fútbol y tango. En diciembre de 2012, murió la hija mayor de Di Stéfano, Nannette, con quien vivía. Al poco tiempo su columna y sus piernas lo llevaron a la silla de ruedas. Meses después, le propuso casamiento. Soñaron con una gran fiesta. Pero todo se desmoronó. Los cinco hijos del ex crack impidieron la boda y solicitaron a la Justicia declarar su incapacidad. El fallo salió en 15 días. Gina intentó impedirlo, con abogados, con pedidos al embajador argentino y hasta le escribió a Cristina. “Nadie me ayudó a defenderlo. Su libertad fue arrebatada”, denuncia.
Gina se fue a Costa Rica. En octubre volvió a Madrid. “Lo pude ver en un restaurante, estaba con sus amigos. Nos abrazamos, nos besamos, lloramos. Estaba su hija menor, Sofía, la más sensible. Le dije: si ya tienen la medida judicial, ya le sacaron todo, por favor déjenme verlo una vez por semana en su casa, la prensa no nos va a ver. Me dijo que no dependía de ella, que sus hermanos no pensaban como ella”, recuerda Gina. Y sigue: “Alfredo me pidió que volviera al restaurante al día siguiente. Le dije: no te van a dejar. El insistió. Tuvo que pedir a su empleada que me avisara que no lo dejaban salir”.
Gina se refugió en la Biblia para entender lo vivido. Alfredo sufrió un infarto la noche de su cumpleaños. “La Biblia –reflexiona Gina– no prohíbe el amor entre personas con grandes diferencias de edad. Y yo no tuve ni el beneficio de la duda de que por ese hombre daba mi vida”. Ahora comienza una nueva etapa. “Quiero sonreír, pero me cuesta”, dice en Los Laureles, el mítico bodegón de Barracas que eligió para hacer las fotos.
