“El mate no se agota en la preparación y en el sorber de la bombilla: el mate trasciende las fronteras y los años”. “La rueda de mate es una asamblea de graves asuntos tratados con alegría. A solas, el mate conjuga la confesión callada”.
<i>Por Daniel Tirso Fiorotto</i>
El mate es la hendija, es el mundo de las grietas, el espacio que está y no siempre vemos; el mate es el clima. Nos agarrábamos para ello de la condición de los suelos vertisoles, agrietados, que facilitan en nuestro litoral el intercambio de sedimentos.
La metáfora fue robada al suelo arcilloso, a las hendijas que produce en tiempos secos donde el polvo que está arriba pasa abajo para que la lluvia produzca luego el milagro de empujar a la superficie los estratos inferiores, como un jubileo. Todo bien sugerente si pensamos en la sociedad.
Los vertisoles son suelos invertidos, revolcados, que se baten por naturaleza.
En vez de ver esas grietas de las arcillas como hendiduras transitorias (y enumerar sus aspectos negativos para la producción, que los tiene), cambiamos el ángulo y vemos espacios ganados por el cielo, que es lo permanente. Y entonces no nos cuesta trasladar estas reflexiones al plano social, donde las grietas que dejan las estructuras del poder constituido podrían mirarse, pues, como redes infinitas y lugares indelebles.
<i>Desde Amaro</i>
No vamos a enumerar la cantidad de autores de la región que estudiaron y estudian las condiciones y particularidades del mate, con cúspide en Amaro Villanueva, y le escribieron y escriben en prosa y en verso.
Las coplitas decidoras o con humor, de distintas plumas, son un clásico en las letras entrerrianas.
Tampoco diremos la cantidad de narradores que durante siglos alabaron las virtudes del mate y le cantaron y cantan, ni nombraremos a las autoridades que siglos atrás abominaron de esa costumbre hasta prohibirla por diabólica.
Queríamos detenernos, sí, en una condición tradicional del mate que se hace luminosa hoy, dado el predominio del hombre apurado y el consumismo, porque el mate genera un delicado universo propio que ni cava trincheras ni grita y sin embargo invita a otra dimensión en una suerte de callada resistencia, sentado en valores antiguos que no llegamos a comprender en su origen pero sí en sus efectos.
Un universo que, lejos de atarnos a una cultura cerrada y dura o al predominio de una clase social sobre otras, nos libera.
Hay filósofos, lingüistas, ambientalistas, sociólogos, que tratan de explicar a la sociedad y puntualmente a la sociedad moderna. Y colocan al hombre y sus interacciones, la acción o la comunicación como ejes de la sociedad, con debates tan atractivos como interminables.
Y del modo en que unos diseccionan la sociedad, otros lo hacen con el ambiente. Entonces nos encontramos con largos y medulosos intercambios, desde la hipótesis Gaia, respecto de la condición del planeta vivo y el rol del ser humano. En algunos casos, se aportan visiones llamadas sistémicas, donde ningún aspecto de la naturaleza es considerado prescindible.
<i>Plaza sin ruidos</i>
Creemos que el mate se gana un lugar por derecho propio en estas búsquedas, como síntesis, como punto de confluencia del hombre, la sociedad, la naturaleza, la historia, las culturas. Y adquiere un valor trascendente capaz de generar por sí mismo el clima, la armonía que la modernidad menosprecia pero por ahí añoramos, cómo no.
Lo vemos mejor en los márgenes, en las grietas, las hendijas del sistema. Quizá por provenir de una sociedad austera y arraigada, lejos del exitismo, el shopping, la farándula.
Señalamos el mate como punto de encuentro adonde confluyen y de donde parten los puentes de la unidad entre lo que llamamos alma y cuerpo, entre el centro y la periferia, el adentro y el afuera. No ruta para el tránsito sino plaza, plaza sin ruidos, paseo.
Al decir que el mate es la hendija podemos llevar a confusión. El mate a solas y la rueda de mate son grietas en sí mismos, para entregarnos al conocimiento y la libertad, y a la vez son energías que abren las redes infinitas de grietas donde estar y conocernos, con actitud de emancipación.
Conocer, conocerse, atar los cabos sueltos, soltar los atados, apreciar los aromas, las texturas, los colores y matices, vedados al mundo del apuro y el atropello: todo eso es posible en el mate, en el mate que tomamos a solas, sentados en una banqueta petisa, o en la rueda de mate; y en el antes y el después porque el mate no se agota en la preparación y en el sorber de la bombilla: el mate trasciende las fronteras y los años.
Sólo o en compañía, el mate siempre es compartido. No hay un individuo que tome mate, hay un microcosmos que hace nido; un hombre y sus circunstancias, seres queridos, antepasados, paisajes, sueños. (Hemos escuchado a estudiosos como Gonzalo Abella explicar el origen antiquísimo de esta condición del mate, como lugar de encuentro con los antepasados, en los pueblos de nuestra cuenca).
¿Y cuándo empieza el momento del mate? No empieza ni termina. Uno ya sabe que llega y no fuerza ninguna situación, de manera que estará tomando mate sin haberlo preparado aún.
Saber que hay yerba y que vendrá el mate es, para el mundo del apuro, un sedante natural.
<i>Un aire nutritivo</i>
A veces alguien pregunta, a veces uno pone la pava en el fogón o en la hornalla y resulta natural y acomodado como el hecho de abrir los labios para pronunciar una palabra.
Hablar implica mover los labios, estar en armonía implica procurarse una cebadura. Y la acción de cebar y ofrecer un mate, recibirlo y tomarlo, ese intercambio es tan en armonía que no daremos ni las gracias.
Sólo se agradece al final, cuando uno se ha saciado. Y nadie dice estoy satisfecho, porque es una obviedad: sólo un gracias, y quedará sobreentendido. La mateada seguirá, el mate habrá refundado ya el microcosmos que decíamos y será una anécdota si está espumoso o no tanto.
El mate no es la pintura por bella que sea, ni es el mejor pincel o el óleo y tampoco la tela: el mate es el aire que envuelve al artista y su obra.
No es la hierba fresca ni la flor, es el barbecho, la tierra en plena madurez, la sangre vital, y coincide no por casualidad con el nombre de nuestro continente Abya Yala.
El mate no es un engranaje pero podría ser el aceite. Es una puerta y no para forzarla. De allí que lo hayamos comparado por oposición (en una columna anterior), con las explosiones y la presión que requiere el extractivismo de la última tecnología de hidrocarburos (gas esquisto por caso): hendijas de la violencia no para crear un clima sino para chupar riquezas siguiendo el hilo de 500 años; no para la antigua unidad sino para la moderna fractura (fracking), y tampoco para la antigua austeridad matera sino para el moderno consumismo hipermercadista.
Con el mate uno es verdadero por sincero, sorbe de la selva misma los antídotos para desprenderse las garrapatas del error, y sin lamentos, como quien cambia una cebadura.
Es honda la costumbre de estarse las horas meditabundo, mate en la mano, con alguna parquedad, y solo.
Ya se verá que ahí “solo” no es solo.
El que ceba o se ceba un mate participa de un aire nutritivo.
El aroma del mate le quita al aire su metal, lo vuelve orgánico. Se emparenta en eso con el olor a tierra mojada, cuando empieza la lluvia.
<i>El cebar y el tomar</i>
La rueda de mate es una asamblea de graves asuntos tratados con alegría. A solas, el mate conjuga la humildad de la yerba cebada, la confesión callada, la sinfonía de acomodarse uno en sus fueros como el pájaro se acondiciona las plumas; el mate a solas entra en la línea de la libertad milenaria, el intercambio con el entorno y el arraigo en la cultura y el suelo. Libertad y arraigo y vuelo a la vez. Jamás el mate podrá tomarse de manea, y jamás le pondrá fin a la historia.
Lo hemos visto, y lo hemos aprendido de charlas, lecturas, experiencias: cebar mate es más que echar agua en la yerba y significa atender la temperatura, cuidar el estado de la yerba y la cantidad, los tiempos, la circulación, el aspecto, y además servir al otro y servir parejo. Entonces el cebar simboliza las obligaciones humanas y el tomar mate, los derechos.
Vivir en las grietas es una condición necesaria para rendirse al mandato antiguo del “naide es más que naide”. Por eso provoca también reconocer en el mate y su austeridad la grieta madre.
El suelo tiene una estructura, una textura, un sistema, la grieta no. No hay herencias, no hay un qué heredar, no hay títulos de honor en la hendija. El médico y el barrendero comen y se visten y andan por igual, cada cual cumpliendo su papel.
Las canchas de fútbol se comportan a veces como grietas, ahí naide es más que naide, ahí se gana y se pierde, hoy estás arriba mañana quién sabe pero en la tribuna cesan los fueros. Un perro es una grieta, ante el perro caen rendidos el peón y el abogado, el padre y el hijo, la mujer y el hombre, nadie queda afuera de la mirada igualitarista del perro, que se brinda sin graduaciones.
El perro compartido en la familia o en el barrio cumple la función del estado del tiempo, que nos iguala desde épocas remotas y es sabido que en muchas culturas sirve de motor de arranque para cualquier relación. ¿Qué irá a hacer el tiempito? preguntaba invariablemente el Pocho Andreatta en Pehuajó y Larroque después del saludo en la madrugada de los tamberos.
Y es que si la grieta es el hogar, si la cancha y el perro son grietas en donde uno puede desnudar el alma, también el lenguaje oral es la grieta, es el ámbito.
La lengua escrita suele colocar barreras y escalas, la conversación mano a mano empareja, porque es tal la variedad de voces, tonos, intensidades, gestos, guiños, construcciones, sabidurías, recursos en fin, que cualquiera tendrá a mano un sinfín de posibilidades para darse a entender, para comunicarse con el otro, y es muy común que los menos escolarizados resulten más atractivos a la hora del relato. Quizá por menos estandarizados, también.
(No ingresaremos aquí en el debate de conductistas e innatistas, pero es cierto que las facultades de los gurisitos para desarrollar frases perfectas y creativas, y las condiciones excepcionales de personas sin escolarización, nos inclinan a pensar que no todo se aprende, y menos en ciertos no lugares llamados escuelas).
Las mujeres y los hombres sencillos suelen soltar en las palabras la complejidad de su vida sencilla y su historia, a diferencia de otros con títulos que dicen algo y se guardan casi todo. Es decir, hay personas que participan más de ciertas estructuras, de lo políticamente correcto, y eso lava la espontaneidad.
Digamos, pues, que cada cual puede ir descubriendo las grietas que están y que pueden estar para hacerse un lugar.
Si hoy hablamos de iniciativas sustentables, por ejemplo, nada mejor que tomarnos unos mates como quien tomara conciencia de las grietas posibles, los espacios que el poder no controla.
La vida llega, sale, va y viene por las grietas. Nuestro mismo cuerpo está acribillado de grietas para interactuar con el ambiente, están en nuestra naturaleza.
Por supuesto que tomando las grietas de las arcillas del litoral, de los vertisoles, y llevando
la relación del suelo con la sociedad a un plano metafórico, es allí donde diremos que ubicarse en las grietas ofrece todo un mundo posible para la persona y para la sociedad.
Estamos tentados de señalarle al autor de La fogonera (“qué grande se ha hecho la franja entre el arriba y abajo, unos se van pal Miami y otros se van pal carajo”), que en eso que llamamos franja quizá encontremos no un vacío inhabitable, o un muro, sino un lugar. Mirando desde otros ángulos, como veremos, las grietas están donde no las esperamos. Pero están arriba, abajo, en el medio, y nos atraviesan.
En nuestro suelo el abajo y el arriba son circunstanciales y no dicen nada definitivo, ni establecen categorías fijas. “Cielo del 69, con el arriba nervioso y el abajo que se mueve”, diría un habitante de las tierras gredas. “Cielo lindo, linda nube, con el arriba que baja y el abajo que se sube”. ¿Se inspiró Mario Benedetti en los campos gredosos de la Liga de los Pueblos Libres, barbecho del Cordobazo?
Las grietas no son, claro, el lugar del conformismo porque, precisamente, el conformista se quedará atado a los sitios asignados, y al ángulo de observación políticamente correcto (que debiéramos descartar de plano). Si con veinte letras podemos formar miles de palabras, y con pocas decenas de palabras millones de oraciones, veinte grietas y sus ramificaciones y vínculos nos darán el complejo universo que asegura nuestra libertad.
<i>Devolver la atmósfera</i>
El mate no es un invento reciente, no tiene patente. No podemos decir que el mate fue creado para esclarecernos. Sí afirmamos que el mate, en vez de crear una atmósfera parece devolvernos la atmósfera. Así, el mate no crea sino que recupera. No busca, devuelve. La paz, la serenidad, la contrición, la sinceridad, la amistad, la verdad que el mate reúne, se presentan en una confluencia propia de las tradiciones.
Una milonga de proyección folklórica puede cepillar alguna antigua verdad escondida en el amargo: “cuántas veces te hice largo y vos sabías por qué”, le canta José Larralde a su viejo mate galleta.
Así como se puede señalar con algunos científicos el origen innato de cierta capacidad para el lenguaje y hasta para la gramática, en el mate veremos un milenario canal de acceso directo al conocimiento, al darse cuenta; una ventana a lo que en la región llamaríamos cuenca, como indicio de una unidad superior.
Para muchos el mate será entonces entretenimiento, compañía, y hasta vicio. Para otros, además, red subyacente, tibia e inagotable fuente.
Como la milonga de Osiris Rodríguez Castillo, el mate da el clima y “lo mismo vive a monte si le niegan el galpón”. Otra linda manera de decir lo mismo: sea en el galpón o en el monte, como la milonga, el mate hace nido en las hendijas.
<i>El último relicto</i>
Luego de leer explicaciones de Gonzalo Abella (que hemos publicado) sobre la presencia del espíritu de los antepasados en el ritual del mate, nos preguntamos: ¿por qué en el mate?
Cuando tomamos jugo de frutas también estamos en relación directa con el árbol, con la naturaleza. Lo mismo ocurre con el vino, con el café, e incluso si comemos un guiso de arroz con pollo o saboreamos el dulce de zapallo, y ni hablar de una morcilla asada…
¿Qué tiene esta planta, por encima de la pulpa, el jugo, la carne, y hasta la sangre de la naturaleza? Quizá nunca lo sepamos. (No ignoramos aquí la simbología del vino o del pan tomada de otros continentes).
Es cierto que entre todos, sobresale el modo del mate que va y viene, como conjugación natural del verbo compartir. Estamos ante una relación especialísima, incomparable, que nos obliga a preguntarnos por lo mucho que ignoramos de los miles de años que nos preceden en Abya Yala. ¿Es el mate un relicto, el último quizá, de un universo distinto, en armonía? <i>Fuente: (Diario Uno)</i>.