Paredes, techos, rejas, ventilaciones, en la pluma del escritor Calderón Correa, paranaense radicado en La Picada, que comparó la ciudad de ayer con la de hoy, y apuntó la incidencia de los modos sociales en la arquitectura de la ciudad.
Fortunato Calderón Correa conversó con el arquitecto Marcelo Olmos hace algunos años, cuando el profesional era director del Museo de Bellas Artes, y le preguntó por la arquitectura de la gente común, en la historia de Paraná.
El resultado de ese diálogo y otras observaciones y estudios fue una síntesis del escritor radicado en La Picada, que copiamos textual en homenaje al bicentenario de la Villa Paraná.
La nota muestra cómo el crecimiento de la población, la cercanía de los vecinos, las posibilidades de transporte de mercaderías pesadas, las nuevas tecnologías y los cambios sociales, incluidos los problemas de seguridad, influyen en la arquitectura de las familias.
Salvo algunos subtítulos, lo que sigue es textual de Calderón Correa.
La ciudad de Paraná, capital de Entre Ríos y ex capital de la Confederación Argentina, festejará el 25 de junio otro aniversario del día en que el entonces caserío de la Bajada fue elevado al rango de Villa.
Es una ciudad no fundada, formada espontáneamente en la margen izquierda del río con habitantes que no tenían los recursos propios de una sede administrativa, como era, por ejemplo, Córdoba.
Ranchos de adobe
Es notable que el primer censo mencione que la mayoría de las viviendas, salvo excepciones, eran ranchos de adobe y paja, de las que por supuesto no queda nada.
A principios del siglo 19 había sólo 17 casas de ladrillo, pero no como los que conocemos ahora, que fueron normatizados en sus medidas alrededor de 1870, sino los grandes ladrillones de medidas variables más o menos a gusto de los fabricantes, que más que alguna necesidad práctica seguían en la elaboración de los ladrillos criterios personales.
Alrededor de 1870, los ingleses impusieron ciertos requerimientos para sus construcciones, y se creó un estándar en cuanto a la medida de los ladrillos.
Las construcciones por entonces no se habían especializado, lo que ocurrió sólo cuando Paraná dejó de ser habitada por una sociedad sencilla y pobre, y comenzó a hacerse más compleja con la aparición de estaciones ferroviarias, fábricas de hielo, construcciones portuarias, grandes edificios públicos desde que fue sede del gobierno, etc. Antes sólo había exigencias domésticas, modestas, y contadas de orden público, sobre todo, entre éstas, iglesias y conventos.
En aquellas épocas de origen cada ciudad, y Paraná sobre todo, vivía hacia adentro por circunstancias geográficas y por eso la innovación era escasa. Se imponían entonces costumbres propias debido a falta de contactos y de requerimientos.
La construcción típica de los habitantes que hoy serían de clase media, y también de los más acomodados, era de adobe con techo de paja. No había aparecido aún una clase social con exigencias de casas más sólidas.
Ventanas verticales
Aún cuando se adquirió un predio junto a la plaza de Mayo para construir la primera casa de gobierno, a mediados del siglo diecinueve, las casas de las personas ricas, que podían costearse las viviendas mejores, eran de techo pajizo.
Testamentos de personalidades de entonces mencionan construcciones, por ejemplo, de tres piezas de adobe con techo de paja, a pesar de tratarse de personas con más recursos que otros.
En Paraná no había entonces grandes fortunas; el que la tenía vivía en Santa Fe, donde había un centro administrativo y estaba a mano el cabildo y los recursos que una propiedad grande exigía.
Era característico de Paraná, una vez superada la etapa de ranchos pajizos, las casas con una gran puerta de madera de doble hoja, alta, al frente. Junto a ella una o dos grandes ventanas verticales. Luego las piezas en hilera, una detrás de la otra. Primero el zaguán, la sala o el vestíbulo, la galería y a lo largo de ella tres o cuatro piezas en hilera, un patio, el comedor, otro patio y finalmente la cocina y el baño. Esta construcción era normal y común ya en 1880, y se mantuvo casi hasta el túnel subfluvial que nació con el nombre del primer gobernante criollo de América, Hernandarias.
El modelo se mantuvo firme durante mucho tiempo y sirvió para todas las clases sociales. La diferencia de dinero del propietario se manifestaba en el número de piezas, o la cantidad de ventanas al frente. Pero siempre las habitaciones estaban situadas una detrás de otra y la estructura fundamental no cambiaba.
Paraná fue una ciudad progresista, que tuvo agua potable desde 1908, casi contemporáneamente los servicios cloacales, que fueron desalojando del radio céntrico los pozos negros.
Otra característica es el sistema de cisternas, grandes bóvedas debajo de los patios donde se recogía el agua de lluvia y constituía la reserva de agua de la casa.
Esas cisternas aparecen de vez en cuando se quiere demoler o reformar una casa vieja. Así aconteció en la reconstrucción de una casa de calle Buenos Aires donde funciona ahora una dependencia de Agmer y en una estación de servicio en Gualeguaychú e Illia, cuya construcción estuvo detenida varios años. Allí funcionó un almacén de ramos generales que ocupaba media manzana.
En la casa de la Cultura, preservada en Carbó y 9 de Julio, hay una gran cisterna debajo del patio. Allí funcionó una vivienda en la planta alta y un negocio de ramos generales en la planta baja a la que llegaban clientes de otros puntos de la provincia. El consumo de agua era muy alto, y la cisterna gigantesca.
Estas cisternas, a pesar de la magnitud de la obra necesaria para construirlas, estaban en casi todas las casas, más chicas o más grandes. Son del siglo diecinueve y estaban impermeabilizadas con cemento, lo que muestra que el negocio inglés florecía y permitía la importación del portland, que existía en Europa desde siglos antes.
Novios de zaguán
Las costumbres heredadas de la colonia, propias del sur de España y de Italia, y quizá por influencia árabe, imponían recibir a las visitas en la sala, la primera habitación, la más próxima a la calle. Sólo los íntimos de la familia podían acceder al interior, de modo que cuando más penetraba hacia el fondo más confianza e intimidad tenía una persona.
Hasta hace relativamente poco, se establecían naturalmente diversas categorías de novio. El de zaguán permanecía por así decir con un pie adentro y otro afuera de la casa, y sólo allí se le permitía conversar con la niña. Un gran paso adelante, o adentro, se producía cuando era admitido en la sala, donde ‘recibía’ la familia.
Cuando Paraná comenzó a crecer, la subdivisión creó lotes más chicos en los que era necesario pensar mejor el espacio para aprovecharlo. Cuando ya no hubo cuatro casas en cada manzana, apareció la casa mediterránea, es decir, el patio con las habitaciones alrededor, cerrados alrededor de una galería.
Hasta entonces, los viajeros describían a la ciudad como de características casi rurales, de casas dispersas en el medio de los terrenos con una huerta. Después los patios se cerraron y los muros de las viviendas comenzaron a apoyarse unos en otros.
La vivienda popular paranaense revela cómo, a medida que pasa el tiempo, crece la población, los vecinos son más próximos, cambian las condiciones económicas, se generan clases verdaderamente ricas, y se producen innovaciones tecnológicas, la arquitectura cambia.
La casa dividida por patios con cocina y baño separados, cambia por otra de patio cerrado, cocina incorporada a la vivienda. Desde que se popularizó el inodoro, entre nosotros bastante tardíamente, el baño, hasta entonces alejado por los olores, pudo colocarse junto al dormitorio, que a nosotros nos parece una ubicación natural.
Pero pensemos que antes el excusado estaba a veces a 30 o 40 metros, y una urgencia nocturna debía ser salvada con sacrificios, nos imaginamos sobre todo en las noches de invierno.
Paraná pasó de la casa predominantemente rural a otra urbana, por imposición más de los hechos que de las tradiciones. En el campo no hay vecinos y la casa puede abrirse a los cuatro lados y dispersar funciones.
En un lotecito, rodeado de vecinos, es preciso concentrarse e inventar una construcción diferente. Entonces se hizo preciso defender la intimidad, antes protegida sólo por la distancia, y crear cercos.
Siempre se mantuvo el sistema de habitaciones en chorizo, en hilera, pero no comunicadas por puertas interiores, sino por una galería semicubierta, las paredes de grandes ladrillos de adobe, los pisos de baldosas o de madera, los techos muy altos de tejuela.
Esto fue posible sólo cuando el transporte fluvial y los ferrocarriles permitieron trasladar nuevos materiales de construcción.
Antes los pisos eran de tierra, piedra y cascotes apisonados hasta que quedaba duro, una especie de contrapiso pobre sin cemento.
La explotación local de la cal, que tomó auge a mediados del siglo diecinueve, hizo accesible que la gente común empezara incorporar pisos de baldosas y luego la chapa de cinc importada, que hizo los techos más livianos y exigió paredes menos fuertes para soportarlos.
Por entonces se comenzó a usar la teja francesa plana, porque la teja colonial era conocida desde mucho antes. En otras provincias, por ejemplo en Corrientes, había una especie de teja colonial, pero de madera y no de barro cocido.
Se abarata la carpintería y empieza a ser más abundante la madera, aparecen los primeros herrajes en las viviendas populares, hasta entonces reservadas a muy pocos porque el hierro se debía traer del país vasco.
Y llegó la heladera
En 1840 comienza a popularizarse el vidrio, aunque todavía en paños muy chicos, porque era caro y difícil de transportar. Antes de que los herrajes fueran populares, se usaban grandes trabas interiores de madera, verdaderas vigas cruzadas detrás de las puertas que oficiaban de cerradura.
Los elementos de confort, que al comienzo parecen suntuarios, se hacen poco a poco de uso común, se popularizan y dejan de ser suntuarios para convertirse en normales, indispensables.
Un ejemplo claro es la heladera, de la que casi nadie puede prescindir hoy, aunque hace pocas décadas la manera de enfriar bebidas era con hielo, o con la otrora popular “fiambrera”, que se limitaba a proteger con tejido fino de alambre los alimentos de las moscas. También solían introducirse las bebidas en los pozos o aljibes, de donde se las retiraba refrescadas.
Pero el hielo era común desde mediados del siglo pasado. El hielero visitaba puntualmente todos los días las casas para dejar su media barra, igual que el vendedor de kerosene para las cocinas que ya habían reemplazado a la de leña, o el lechero con su carro y sus tachos, incluyendo el pequeño, de un litro, para la medida.
En Paraná no hubo mansiones, cuyos propietarios, por ricos que fueran, se diferenciaran a través de sus viviendas del resto de la población. Quizá no estaba muy marcada la diferencia de clases o quienes tenían dinero no estimaban necesario marcar la diferencia mediante una expresión arquitectónica.
Las cosas han cambiado. Ahora sí podemos ver viviendas ostentosas con las que los ricos, sobre todo los nuevos ricos, quieren hacer notar desde lejos la opulencia recién lograda y marcar fuertes diferencias más que con sus congéneres, con su propio pasado.
Sólo les queda esperar que sus hijos disipen con alegría lo que ellos reunieron con pena o que el tiempo convierta a la familia en rica vieja.
Las casas “chorizo” estuvieron vigentes hasta hace poco, pero muchas están desapareciendo porque las voltean debido a que están situadas en lotes valiosos.
Conocimientos perdidos
Esas casas revelaban un conocimiento y respeto de nuestro difícil clima que nosotros parecemos haber perdido. Sus techos altos, las aberturas que permitían mucha aireación, hacían que las habitaciones no fueran sofocantes. Los pisos flotantes de madera, con foso debajo, disponían de una cámara de aire, sobre todo en los dormitorios, que también facilitaba enfrentar el calor.
Eran frías en invierno, pero en verano las casas viejas respondían muy bien al clima.
En la vivienda popular, la chapa desplazó rápidamente a la teja, porque era más barata, más fácil de colocar y mas liviana.
Debajo de la chapa, dejando una cámara de aire, había un cielorraso, muchas veces de lienzo endurecido con yeso, para evitar el calor; en las paredes había rejillitas redondas para airear las zonas cerradas de los entretechos.
Los techos de paja tenían buenas características, pero hoy la gente no los quiere ni los aprecia. Han vuelto en algunas casas quinta, en los quinchos, pero quizá sólo como tibio homenaje a la tradición o rasgo decorativo, y siempre que la vivienda tenga detalles de confort suficientes.
En las casas antiguas, a diferencia de lo que se usa hoy, no había mucha madera expuesta, porque el clima local obliga a un mantenimiento permanente y caro. La carpintería se pintaba, pues era la mejor forma de protegerla, a pesar de que los restos de demolición muestran que la carpintería de entonces era mucho mejor que la de ahora.
La moda ahora es madera a la vista, que al año se arquea o se blanquea por el sol. Ahora construimos en desafío al clima, antes se lo respetaba quizá por necesidad, o por la sabiduría que da un contacto más abierto con el medio.
A pesar de su aislamiento relativo, Paraná es una ciudad del Litoral, siempre se mantuvo en contacto con otras influencias y tuvo más tendencia al cosmopolitismo. Por eso su personalidad es más abierta que otras ciudades, por ejemplo las del noroeste, a las que era difícil llegar, estaban más aisladas, y desarrollaron una personalidad propia de la que están orgullosas.
En Salta, por ejemplo, las casas de una planta tienen siempre algo que recuerda lo colonial, que para ello es tradicional y para nosotros, pintoresco.
Paraná, hasta la década del 60 del siglo pasado, mantuvo cierta unidad estilística. El “frentero”, una especialidad dentro de la construcción, estaba encargado de la puerta, las ventanas, las rejas, las molduras.
Las rejas, las velas y el inodoro
La síntesis de Calderón Correa no descuida detalles. Veamos estos párrafos sobre la introducción de las tecnologías y el cambio de hábitos.
La gente común –dice- encargaba el trabajo a un albañil, que casi siempre era italiano y hacía lo que sabía. Resultó así Paraná una ciudad de estilo “italianizante”, casi sin saberlo, porque los frentes de sus casas expresaban la técnica, el gusto, y la habilidad profesional traídas de la patria peninsular con sus constructores cuando emigraron de ella.
Las innovaciones técnicas, el confort, cambiaron la arquitectura. Por ejemplo, la introducción masiva de la heladera eléctrica cambió la cocina, ya que no fue necesario disponer de grandes armarios y la magnitud de la habitación pudo hacerse menor.
El freezer significa otra disminución del ambiente, y así lo cotidiano condiciona la arquitectura moderna. En adelante, el diseño de una casa común tendrá en cuenta freezer y heladera y lo que se elimina con ellos.
La casa actual tiene rejas, en parte por motivos decorativos, pero sobre todo por seguridad. Hasta hace poco, como sucede aún en localidades del interior, la casa no tenía rejas ni verjas, estaba abierta y segura. De noche, antes no era preciso cerrar las persianas. Las casas que se abrieron se han cerrado de nuevo, ante las condiciones prevalecientes. Este es otro ejemplo de cómo la situación social condiciona la arquitectura.
Aparecen ahora rejas en los lugares más insólitos, y se ven enrejadas casas que no fueron pensadas para ello, creando a veces efectos antiestéticos. Pero son hijas de la necesidad, a veces con condicionamientos económicos insalvables.
A principios de siglo, los nuevos materiales y posibilidades de defenderse del clima, bajaron los techos de 4 metros a 2,60, y como consecuencia cambiaron la ventana vertical por la horizontal, que en un techo bajo ya no era funcional.
La ventana horizontal daba mejor panorama y más aireación, pero obligaba a disponer de recursos técnicos para evitar el calor, por ejemplo los ventiladores y los equipos de aire acondicionado.
El techo bajo aprovecha las innovaciones técnicas y permite usar de otro modo los candelabros de techo, como los llamaban los españoles.
Cuando los techos eran altos y había candelabros o arañas allí, se bajaban con una polea y se encendían las 100 velas, o alguien, con un adminículo especial, las encendía de a una y luego las apagaba.
Cuando un corte de electricidad nos obliga a prender una vela no podemos menos que recordar cómo sería el olor “espantoso” que habría dentro de aquellas habitaciones, sobre todo cuando ardían en ellas velas de sebo y no de cera, que eran más caras y no estaban al alcance de todos.
El inodoro con sifón es un invento inglés del siglo 16, pero no se popularizó en Inglaterra hasta principios del siglo 19, era usado solamente por pocos fanáticos de la limpieza.
El agua era difícil de obtener y de transportar, y la limpieza era un lujo. No es fácil bañarse todos los días donde no hay agua ni canalizaciones y donde el agua debe traerse con esfuerzo en cántaros desde fuentes lejanas.
El inodoro, hoy popularizado y masivo, implica el uso abundante de agua, aunque entre nosotros debió desalojar al retrete que iba directamente a la cámara. El inodoro permitió que el baño esté junto al dormitorio.
Hasta aquí, pues, el texto de Calderón Correa que repasa algunos hitos que jalonaron la arquitectura actual de la ciudad, en el bicentenario de su transformación en villa. Fuente: (Uno).-