Habita jardines y campos de Sudamérica, imita voces humanas y otros cantos, y está rodeada de creencias que anuncian visitas, lluvias o buena fortuna.
En los rincones verdes de Sudamérica, hay un canto que no pertenece a un solo ser. Es múltiple, cambiante, como si recogiera ecos del entorno y los devolviera al mundo. Es la voz de la calandria grande (Mimus saturninus), un ave que no solo canta, sino que parece narrar historias invisibles. Su presencia es habitual en campos abiertos, plazas y jardines urbanos, pero su canto —imitador y persistente— la convirtió en figura de múltiples leyendas.
Con unos 27 centímetros de largo, la calandria se mueve con agilidad entre el pasto y los arbustos. Tiene el dorso gris pardo, alas oscuras con bordes blancos y una cola que despliega manchas luminosas al volar. Pero lo que la hace única no es su plumaje, sino su don: puede imitar hasta 200 sonidos distintos, desde cantos de otras aves hasta fragmentos de melodías humanas.
"La calandria es como un narrador del entorno; su capacidad para imitar refleja su inteligencia y conexión con el ecosistema", explica la ornitóloga Laura Gómez, de la Universidad de Buenos Aires.
Mensajera del viento y del destino
El canto de la calandria no pasa desapercibido, sobre todo al amanecer y al atardecer. En esos momentos, su voz se alza por encima del silencio y, según la estación, puede presagiar algo más que el inicio del día. En la tradición oral de zonas rurales de Argentina, Chile y Paraguay, se dice que, si canta cerca de la cocina, habrá visitas inesperadas. Si entona su melodía en el jardín, se interpretan buenos augurios o la llegada de noticias felices.
En regiones como Cuyo, su voz invernal anticipa la llegada del viento Zonda, mientras que en otros puntos del país su canto anuncia lluvias o calor. Estas creencias, lejos de supersticiones sin sentido, están profundamente ancladas en la relación entre las comunidades y la naturaleza.
"La calandria se convirtió en un símbolo de armonía y esperanza, incluso en contextos urbanos", sostuvo el antropólogo Martín Salazar, experto en tradiciones folclóricas. "Destruir su nido se considera de mala suerte, como si atentáramos contra un espíritu libre".
Cantares de amor, nidos prestados y amenazas invisibles
En primavera y verano, la calandria entra en su etapa reproductiva. Junto a su pareja construye un nido algo desprolijo pero resistente, donde deposita entre dos y cinco huevos celestes. Sin embargo, en este ciclo vital se esconde un conflicto: el tordo renegrido, ave parásita, suele destruir sus huevos para que la calandria críe a sus crías ajenas.
Aun así, la calandria persiste. Se alimenta de insectos, frutas y semillas, ayudando tanto a controlar plagas como a dispersar vegetación. Pero su mayor peligro no es el tordo, sino el humano. La deforestación, los agrotóxicos y la urbanización desmedida silencian cada vez más su canto.
Organizaciones como Aves Argentinas y Fundación Vida Silvestre impulsan campañas para proteger su hábitat, conscientes de que la calandria no tolera el encierro.
"Si se la priva de su entorno natural, deja de cantar y puede morir", advirtió Gómez.