Repasa vida y amores: Anteo del Mastro, Norman Briski y Alberto Favero fueron los hombres de su vida y de cada una de esas grandes historias de amor nació un hijo. Foto: Gabriel Machado
Llega a la cita quince minutos antes de la hora señalada y agradece que ¡Hola! Argentina también sea fanática de la puntualidad. Nacha Guevara (73) pide algo para comer –vegetariano, claro– y una tetera con agua caliente porque prefiere el té de hierbas que trajo de su casa. Se la nota tranquila, dispuesta a la charla aunque tenga la agenda repleta de compromisos: será parte del jurado de "Bailando por un sueño" por primera vez y está ensayando Glorias porteñas, un espectáculo que estrenará el 7 de mayo en el teatro Tango Porteño.
–¿Qué hay de Clotilde Acosta en vos? ¿Alguien te llama por tu verdadero nombre?
–Una expareja me llamaba Clotilde y era lindo, me gustaba. Hubo una época en que estaba muy dividido quién era Clotilde y quién era Nacha. Un momento de crisis: ¿quién soy? ¿La que está arriba del escenario? ¿La que está abajo? ¿Por qué no puedo ser la misma que arriba del escenario? Por suerte con los años ya están mucho más cercanas.
–¿Cómo lograste acercarlas?
–La vida se trata de eso. Buscar la unión del cuerpo, la mente, las emociones, el alma y el espíritu. Cuando uno trabaja en esa dirección las cosas se unen. En realidad, yo no soy Nacha ni Clotilde, soy algo que no se ve y eso es lo importante: ser algo que trascienda este plano.
–¿Por qué decís que no podías ser la misma que arriba del escenario?
–Porque ahí estaba la verdad, el verdadero ser. Y el personaje en realidad estaba abajo. [Se ríe].
–¿Habías creado un personaje para agradar en la vida?
–Exactamente.
–En el escenario ya gustabas...
–No siempre, pero no hay que salir a escena para agradar ni para ser aceptado. Ese es el gran error de la mayoría de los actores, cantantes, bailarines o políticos. Solo actúan para ser aprobados y agradar, y es una batalla perdida. En realidad, uno cuando sube al escenario sale a hacer lo mejor que puede, lo mejor que sabe y no quiere convencer a nadie de nada: ni de que es talentoso, ni de que es lindo, ni de que dice algo trascendental. En el momento en el que uno renuncia a eso empieza la verdadera comunión con el público.
–¿Entonces te volviste inmune a la crítica?
–No, tampoco la pavada, pero con una buena crítica la alegría me dura quince minutos o media hora... Y con una mala crítica el malestar también me dura quince minutos o media hora.
–¿Hubo un momento puntual en el que dijiste: "No, este personaje que estoy haciendo para agradar no va más"?
–Son treinta y cinco años de meditación, de ser maestra de meditación, trabajar al lado de Deepak Chopra, estudiar. Un proceso muy equilibrante. Lo que no quiere decir que en algún momento no se me vuelen los patos.
–¿Qué cosas te "vuelan los patos"?
–Ante las grandes cosas, los grandes conflictos o los grandes problemas, soy completamente racional, fría, "solucionadora", pero se me vuelan los patos con las pequeñas cosas.
–Tenés fama de ser muy dura a la hora de trabajar.
–Soy exigente. La gente que trabaja conmigo tiene dos caminos: acepta mi exigencia o se va. Es sencillo. Yo cuando soy dirigida soy muy obediente y cuando dirijo pretendo lo mismo del otro.
–¿Cómo estás con tu lugar en el jurado de "Bailando por un sueño"?
–Muy tranquila. Una vez que decidí que iba a hacerlo, ya está. Lo peor fue el momento previo a tomar la decisión, la duda. Pienso pasarlo lo mejor posible, es una experiencia más, pero tampoco voy a darle una trascendencia como si fuera el comienzo de una vida nueva o el fin del mundo.
–¿Cómo te llevás con el paso del tiempo?
–Me molesta cuando están enfocados solo en eso porque se pierden lo principal: están viendo la cáscara y no toda la fruta. Acá hay algo más que cirugías, porque no hay cirugías para el cerebro, ni para pensar lúcidamente. Solo es joven una persona que tiene un pensamiento joven, libre, valiente…
–¿Te parece una falta de respeto que te pregunten la edad?
–Todo el mundo sabe mi edad, pero me cansa que vivan algo natural como si fuera un fenómeno de la naturaleza. Yo no creo en la decadencia y nuestras creencias construyen la realidad. Somos lo que creemos.
–¿Estás sola?
–Hace muchos años y muy bien... Para tener una buena relación con otro hay que tener una buena relación con uno, profunda, sincera. Hay que hacer muchas cosas primero antes de relacionarse con otro... Entonces yo sigo mi trabajo de conocerme.
–Pero tuviste amores importantes en tu vida.
–Amores que fueron muy bien vividos, pero ya está.
–¿No tenés ganas de volver a enamorarte?
–No, la verdad que no.
–Pero sos una mujer a la que le gusta seducir.
–Me gusta seducir en el escenario, me gusta la armonía, la belleza, verme bien, tengo un ojo muy entrenado, pero a lo mejor es una manera de seducir más a la antigua. Una persona seductora tiene que ser seductora sin ser obvia, no puede ser un trabajo, tiene que surgir naturalmente. Las personas más seductoras son las que aceptan su dualidad: su generosidad y su mezquindad, su alegría y su tristeza, su complejidad.
–¿No extrañás la mirada de un hombre teñida de pasión?
–La verdad, no. Y siento mucha libertad por eso. Para mí el bien más preciado es la libertad, y no tiene precio.
–¿Y estar con alguien sería enjaularte?
–Tendría que ser alguien que esté en este mismo plano, pero no lo estoy buscando.
–¿Cómo sos en tu rol de madre?
–Fui muy madraza cuando tenía que serlo y muy desapegada cuando había que serlo. A mí me gusta cómo se comportan los pájaros con la maternidad: acompañan y después, si no salen, les dan un empujón y los tiran a volar. Me gustan las familias respetuosas, pero que no son abrumadoras, dependientes, ni que opinan sobre las decisiones de todos.
–¿Y qué tal sos como abuela?
–No soy la abuela tradicional porque no creo en las abuelas pegajosas. Mis nietos viven afuera, no los veo mucho, pero cuando estoy con ellos, los disfruto. Son chicos preciosos y algunos ya no son tan chicos. En general tengo una relación linda con mis siete nietos.
–¿Podrías definir "linda"?
–De conexión. Una de mis nietas tiene dotes para ser artista y una sensibilidad especial. Vive en Córdoba, pero si quiere venir a vivir conmigo y que yo la ayude, será muy bienvenida.
–Eso es una abuela canchera.
–¿Qué es esto: un examen de abuela? ¡Basta! La verdad que yo de mi vida personal y privada no hablo.
–¿Qué es el éxito?
–Por suerte es algo que aprendí hace mucho: el éxito y el fracaso son pasajeros y a los dos hay que tomarlos con la misma calma.
–¿A qué le tenés miedo?
–Los miedos cambian con los años, pero yo tengo herramientas para remarlos cuando vienen. Tengo una visión más expansiva de las cosas, entonces ya no me asusto tanto y cuando aparecen me enfoco en lo que me hace sentir bien. Parece fácil, pero no lo es porque todo conspira para que nos asalte el pesimismo, la tristeza.
–¿Qué creés que ve la gente cuando te ve?
–No tengo la menor idea.
–¿En algún momento te sentís un bicho raro?
–Puede ser y me gusta. Pertenezco a una generación de bichos raros y no me gustaría dejar de serlo.
–Podrías completar la frase: "Se sorprenderían si..."?
–Si me conocieran verdaderamente. Saben de mí lo que se dice, lo que se habla, pero yo no estoy pendiente de eso.
–¿Hay algo que se dijo que te haya dolido?
–Muchas cosas, pero realmente no las recuerdo. Mi receta para una vida de gloria es buena salud y mala memoria. Solo buena memoria para lo que me interesa.
–¿Cómo te ves en diez años?
–¿Sabés qué? Solo tengo el día de hoy, ¿de qué me sirve pensar en el futuro? Mirá a mi amigo Jorge Ibáñez: él volvió a demostrarme una vez más que nadie tiene comprado el futuro. Pero él supo vivir, eh... Hay gente que viene sabiéndolo y otros que tenemos que aprenderlo. Fuente y fotos: La Nación