Sociedad Pasan de San Luis a Mendoza

Dos hermanas marchan 9 kilómetros a caballo para ir a clase si el río lo permite

Milena y Melisa, tienen 9 y 11 años, viven en un campo de San Luis y estudian con la modalidad de albergue en una escuela de Mendoza. Las hermanas las apoyan y acompañan. Y el compromiso del maestro que las espera para completar el viaje.

5 de Marzo de 2024
Milena, Melisa y sus hermanas junto al río Desaguadero. (Los Andes)

Milena y Melisa Alcaraz tienen 9 y 11 años y, aunque viven en un campo de San Luis llamado “La Argentina”, en el paraje Bajada Grande, del departamento Belgrano, concurren a la escuela albergue 8-363 “Estanislao del Campo”. El colegio tiene modalidad albergue y está ubicado en el kilómetro 105 de la ruta 153, en la pequeña población de Arroyito, en el secano lavallino de Mendoza.

 

Liliana Moyano, su mamá, contó a Los Andes que las últimas lluvias en esa zona, que se registraron el pasado 11 de febrero dejó aislada a la familia por 20 días. Ironías de una zona completamente seca donde las lluvias se “rezan”. Pero esta vez fue demasiado y los caminos no están preparados para ese caudal.

 

 

Milena, a caballo en el secano de Lavalle antes de llegar al río Desaguadero que hace de límite entre San Luis y Mendoza.

 

“Recién ahora podemos salir. El río La Calera creció muchísimo. Fue terrible y si bien estaban todavía de vacaciones, se complicó el inicio de las clases”, relató la mujer, que se dedica junto a todos sus hijos a la crianza de chivos y cabras.

 

Pese a que son muy pequeñas, Milena y Melisa deben realizar un trayecto de 9 kilómetros a caballo para llegar a la escuela, en medio de una zona inhóspita y de caminos intransitables. El recorrido se parece más a una odisea: muchas veces son las hermanas mayores, Marian, de 19 años y María de los Angeles, de 17, quienes las acompañan.

 

Una vez que llegan a la margen puntana del río Desaguadero, el límite entre San Luis y Mendoza, deben cruzarlo como pueden. A veces a upa de sus hermanas, dependiendo de la corriente. También descalzas o con botas. Del otro lado del río siempre es el maestro Alberto Campos quien las recibe y cumple el último trayecto en su camioneta.

 

 

Son hermanas y recorren 9 kilómetros a caballo para ir a clases a Lavalle. Foto: (Los Andes).

 

“El agua rodeó la casa de estas niñas y aún no han podido comenzar. Son chicas que inician cuarto y séptimo año de la primaria y hacen un gran sacrificio, como la mayoría de los chicos, excepto los que viven muy cerca. Hay muchas situaciones económicas difíciles por esta zona”, detalló a este diario el docente.

 

“Trabajan en fincas o en el campo con sueldos mínimos y tres o cuatro hijos. Nuestra escuela brinda comida, útiles, ropa y las comodidades que en casa no tienen. Incluida la energía eléctrica porque varios puestos no tienen electricidad”, contó.

 

Vocación y compromiso

 

Liliana confía en que pronto se terminará este capítulo y agradece la labor de la escuela, que siempre sale a ayudar a los estudiantes más comprometidos. Ella misma se crió en otra época, cuando la actividad rural era más redituable y el clima era más benévolo. Por lo general se anhelaba la lluvia, algo que ahora los dejó sin aliento.

 

 

Milena cumple parte de la rutina: se saca las zapatillas para ponerse botas y cruzar el río a upa de sus hermanas.

 

Alberto Campos asegura que no cualquiera es maestro alberguero. “Uno tiene que tener vocación, porque la enseñanza es muy diferente y se deben cumplir varios roles a la vez: estar atento si los niños se enferman y dar clases al mismo tiempo para varios niveles educativos”, señala el docente. él cumple el mismo régimen que los alumnos: ocho días de clases por seis de descanso.

 

Tiene 60 años y vive en Las Catitas, Santa Rosa. Cuenta que tiene cinco hijos y fue maestro de cuatro de ellos en otra escuela rural de La Paz, cerca de su casa. También tiene cinco nietos, cuatro de los cuales fueron sus alumnos en la misma escuela de Arroyito, donde hoy trabaja.

 

Un pueblo de calles polvorientas

 

“Un policía sin movilidad, una enfermera, un agente sanitario y unas pocas casas emplazadas en una calle ancha y polvorienta componen el más exiguo paisaje urbano que jamás conocí”. Así describió a Arroyito el profesor de inglés Fabián Rodríguez, que da clases en la escuela.

 

 

La camioneta del maestro, que las llevan los últimos 5 km. hasta la escuela.

 

Bajo el título “Mi lugar en el mundo”, redactó en su blog personal que el pueblo se encuentra en pleno desierto lavallino, a unos 5 kilómetros del límite entre Mendoza y San Luis. “Para llegar sólo hay que ir por la ruta Panamericana hasta la localidad de Las Catitas, en Santa Rosa, girar hacia el norte y desandar los 105 kilómetros de tierra, piedras, pozos y animales peligrosamente sueltos en la escasamente mantenida calle Guiñazú”, añadió en su relato.

 

Ironías del destino, el agua se cuida hasta la última gota. “En Arroyito y particularmente en la escuela-albergue cuidar el agua es algo que se toma muy en serio ya que se trae desde La Paz y, una vez que se acaba, no hay de dónde conseguir más, por lo menos hasta que vuelva el camión tanque. Y toda el agua se deposita en una cisterna, casi a cielo abierto”.

Hoy hay algunos cambios pero no es muy diferente: una cisterna provee a la escuela -para sanitarios e higiene personal- y otra alimenta la planta potabilizadora de donde sacan agua toda la comunidad y la escuela.

 

 

La llegada a Arroyito, el pueblo mendocino donde está la escuela.

 

El profesor de inglés concluye que todo queda bastante lejos e incómodo de llegar. Dice que la calidad de vida no es la mejor, ni la más alta.

“Pero también es cierto que la experiencia vale la pena. Hay historias pequeñas a cada momento, hay vínculos muy fuertes entre los alumnos, hay problemas como en todos lados, hay sueños, hay expectativas y, por sobre todo, hay un gran respeto por las costumbres de ése: su lugar”. Fuente: (Los Andes)