REDACCIÓN ELONCE
El aventurero entrerriano Julio Eduardo Barrios emprendió un viaje que pocos se animan a planificar: el ascenso al campamento base del Everest, un recorrido que no solo exigió preparación física, sino también una gran fortaleza mental para enfrentar condiciones extremas, soledad y los impredecibles efectos de la altura. Si bien Barrios cuenta con un amplio recorrido en deportes y actividades al aire libre, esta travesía lo enfrentó con sensaciones completamente nuevas y con desafíos que, afirma, no había vivido antes en su vida.
Desde joven, Julio estuvo ligado al deporte. “Hace muchos años que practico deportes en forma alternada. Cuando era más joven, participaba en carreras pedestres, llegué a participar de triatlones también”, recordó. Con el tiempo, migró hacia actividades menos competitivas y más orientadas al disfrute del entorno natural: “Empieza a buscar alternativas dentro de esa, el gusto por la bicicleta me llevó a hacer algunos viajes en bicicleta por el sur”. Sin embargo, su historia con la montaña comenzó hace apenas dos años, cuando descubrió el trekking y quedó inmediatamente fascinado.
El camino hacia una decisión que cambió su vida
Todo empezó en El Chaltén, “la capital nacional del trekking”, como él mismo subraya. A partir de ese primer contacto, el entusiasmo fue creciendo. Recorrió Torres del Paine, Bariloche y otras zonas emblemáticas para los amantes del senderismo. Pero había un nombre que resonaba fuerte cada vez que pensaba en un nuevo desafío: el Everest.
“Para la gente que hace este tipo de actividades, es como el campeonato mundial escalar el Everest”, explicaba entre risas, consciente de que el trayecto hacia la base de la montaña más alta del mundo se había vuelto un objetivo inevitable.
Pero antes de tomar la decisión final, hubo un largo proceso de investigación y dudas. “Soy de investigar mucho, de mirar muchos videos, hace un año que lo venía viendo. Lo iba a hacer en abril del año pasado y después lo cancelé por esos miedos”, confesó. Viajar solo a Nepal, un país al que nunca había ido, le generaba temores lógicos. Sin embargo, un día simplemente decidió: “Es ahora o no lo hago más”.
Una travesía más dura de lo que esperaba
A pesar de estar entrenado, Julio reconoce que la dureza del camino lo tomó por sorpresa. “Sabía que se podía correr riesgo con el tema de la altura, nadie sabe, por más entrenado que esté, cómo va a reaccionar su cuerpo”, explicó. Y efectivamente, lo descubrió de primera mano.
Lo que no estaba en sus planes fue la tormenta de nieve que les tocó enfrentar durante el ascenso. “Tuvimos una tormenta de nieve que no es muy normal en esta época, que duró más o menos cuatro días, lo que nos llevó a tener una altura de un metro de nieve en el camino”, relató.
A eso se sumaron temperaturas que alcanzaron los –15 °C. La vida en los refugios tampoco era sencilla: “Dormía en una bolsa de dormir más la frazada que me daban y con el agua dentro de la bolsa de dormir”.
Este desgaste acumulado derivó en uno de los momentos más complicados del viaje: una noche completa sin poder dormir por la sensación de ahogo. “Sentía una sensación de ahogo. Después al otro día no servía para nada”. Sospechó que podía tratarse de mal de altura y temió necesitar un rescate en helicóptero. “Me preocupé más que asustarme”, aclaró.
Quince días entre subidas, nieve y soledad
El recorrido completo demandó 15 días, incluyendo tres paradas de dos días en distintos refugios para aclimatarse. Aunque viajó solo desde Argentina, contrató un guía local para el trekking, una medida de seguridad fundamental.
El ascenso estuvo lleno de subidas agotadoras: “Me encontré con trepadas muy duras en todo el camino”. Aun así, logró llegar al ansiado campamento base del Everest, aunque reconoce que la emoción más profunda no la sintió ahí, sino en otros puntos del trayecto: “El campo base es un lugar para sacarse la foto, pero hay lugares muy hermosos en la zona...”.
Entre ellos, destaca su visita adicional a los lagos de Gokyo, un paisaje que lo cautivó por completo y que sumó exigencia al viaje original.
Un desafío físico y también emocional
Más allá del esfuerzo físico, la travesía tuvo un impacto íntimo en Julio. “Realmente esta vez es la primera vez que la paso tan mal”, confesó al narrar lo vulnerable que se sintió frente a la naturaleza. Estar solo, a miles de metros de altura, en condiciones extremas, despertó una reflexión profunda sobre la resistencia, la calma y los límites personales.
También destacó el valor humano de Nepal: “La gente de Nepal tengo que aplaudir porque uno se siente muy seguro, son muy respetuosos”. Admiró especialmente a los jóvenes porters, quienes cargan pesos enormes día tras día.
El regreso, las emociones y lo que vendrá
Tras llegar al campamento base, se quedó apenas entre 40 minutos y una hora. El frío, la multitud de turistas y el cansancio extremo lo empujaron a iniciar pronto el descenso. “Uno está cansado, quiere volver al refugio realmente, a sentarse, a tomar unos mates”, comentó.