Problemas globales para la conservación de la biodiversidad. Irene Schloss, investigadora del Instituto Antártico Argentino y del Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC-CONICET), fue parte de un panel de 32 científicos de diferentes países que realizó un exhaustivo estudio sobre amenazas emergentes para la conservación de la biodiversidad a escala global. El grupo publicó recientemente un listado con los 15 riesgos más relevantes que podrían generar grandes impactos en los próximos años.
En diálogo con la Agencia CyTA-Leloir, Schloss explicó que estos hallazgos funcionan como una advertencia temprana que permite anticipar problemas y actuar a tiempo. “Al identificar cuestiones más o menos incipientes, pero con un gran potencial de transformarse en significativas, el estudio se convierte en una alerta temprana que puede guiar la investigación, la formulación de políticas públicas y la acción concreta en distintos ámbitos”, señaló.
El proceso comenzó con la presentación de entre dos y cinco temas novedosos por cada experto. Luego, se evaluaron 92 propuestas según su grado de novedad e impacto potencial, con puntajes del 1 al 1000. A partir de este análisis, surgió un conjunto de 15 amenazas emergentes que podrían transformar profundamente los ecosistemas globales.
Siete amenazas que preocupan a la Argentina
Entre las 15 problemáticas detectadas, Schloss destacó las siete que considera más relevantes para el contexto argentino a corto y mediano plazo. Una de las principales es la crisis del agua dulce, que combina problemas de cantidad y calidad en diversas regiones del país. Casos como las bajantes del río Paraná o la escasez hídrica en el NOA y Cuyo agravan el cuadro. “Para resolver este problema urgente y estratégico, que puede comprometer la seguridad alimentaria, la salud y el equilibrio ambiental del país, es fundamental mejorar el monitoreo, restaurando aquellos cuerpos de agua que ya estén degradados, en un contexto de manejo y gestión integrada de cuencas”, afirmó.
Otra preocupación creciente es la disminución del hielo marino en la Antártida, fenómeno que incide directamente en la biodiversidad del Atlántico Sur. “En los últimos años, el hielo marino que rodea la Antártida alcanzó mínimos históricos sin precedentes, rompiendo récords de extensión en temporadas consecutivas”, advirtió Schloss. Este retroceso impacta en el krill —base de la alimentación de pingüinos, focas, aves y ballenas— y puede acelerar el deshielo de glaciares, contribuyendo a la suba del nivel del mar.
También mencionó la presencia de PFAS, conocidos como “químicos eternos”, en aguas cercanas a zonas urbanas e industriales. Se trata de compuestos muy persistentes y dañinos tanto para la salud humana como para el ambiente. “Para Argentina es urgente reforzar la legislación ambiental, establecer límites de concentración seguros y promover tecnologías novedosas de remediación (por ejemplo, degradación por luz UV o bacterias modificadas) en sitios críticos para evitar problemas sanitarios y ecológicos mayores en el futuro cercano”, alertó.
El mar como aliado y también como foco de riesgo
Una amenaza menos visible pero de alto impacto es la alteración de los reservorios de carbono del lecho marino. La plataforma continental argentina, una de las más extensas del mundo, almacena grandes cantidades de carbono en sus sedimentos. Sin embargo, actividades humanas como la pesca de arrastre o la explotación offshore pueden liberar ese carbono y dañar hábitats sensibles. Schloss fue clara: “Conservar el lecho marino es, además, una medida ambiental íntimamente en relación con el clima”.
En el campo de la biotecnología, advirtió sobre los riesgos del uso no regulado de la genética sintética dirigida en plantas. Esta técnica permite modificar genéticamente características específicas, como la resistencia a plagas, pero también podría generar desequilibrios ecológicos si no se controla adecuadamente. “En un país agroexportador como Argentina, donde el sector agrícola es clave para la economía, su implementación sin una regulación adecuada podría generar desequilibrios ecológicos, afectando tanto los cultivos comerciales como la biodiversidad local”, señaló. Y agregó: “Es crucial que se establezcan marcos regulatorios rigurosos y estudios previos que aseguren un uso responsable y controlado de esta tecnología”.
La explotación de macroalgas como fuente de tierras raras es otro tema en observación. Estos elementos químicos, esenciales para industrias tecnológicas, podrían obtenerse de manera más sustentable desde algas marinas. Sin embargo, Schloss advirtió que antes de avanzar se deben evaluar impactos ambientales, la eficiencia del proceso y la preservación de funciones ecológicas clave. “Las costas patagónicas y las aguas frías del Atlántico Sur albergan abundantes poblaciones de macroalgas con alto potencial biotecnológico”, indicó.
Alternativas naturales y el desafío del equilibrio ecológico
Por último, la científica se refirió a una técnica innovadora: la imitación de tricomas vegetales como alternativa a los pesticidas. Estas pequeñas estructuras en las plantas actúan como defensa natural contra plagas, y podrían replicarse artificialmente para reducir el uso de químicos. Aunque la propuesta es prometedora, Schloss pidió cautela. “Antes de su implementación efectiva es necesario estudiar su impacto sobre los ecosistemas y la eficacia a gran escala”, remarcó.
La inclusión de Argentina en este tipo de investigaciones científicas internacionales no sólo evidencia la calidad de sus investigadores, sino que permite pensar en estrategias locales con impacto global. Schloss subrayó que actuar ahora es esencial para evitar consecuencias más graves en el futuro: “Este trabajo no sólo sirve como diagnóstico, sino como una herramienta para anticipar y prevenir”. (NA)