La multitud de peregrinos que partió al mediodía de la Iglesia de San Cayetano, en el barrio porteño de Liniers, cabecera de la 40° edición de la peregrinación a la Basílica de Luján, retomó con bríos la caminata al atravesar Moreno, donde los jóvenes fueron asistidos con agua, caldo y mate cocido, y avanzaron hacia la meta en un clima de amistad y algarabía, pese al esfuerzo.
Banderas de parroquias del conurbano bonaerense y de las provincias, y un arco iris formado por los colores distintivos que agrupan a los peregrinos provenientes de una misma región, avanzan como un tapiz móvil asistido por carros con parlantes que arengan a los caminantes para proseguir.
En la plaza de la Estación de Moreno, a unos 40 kilómetros de la partida, se concentraron los primeros puestos de apoyo en los que los peregrinos reciben agua, caldo y mate cocido y una carpa sanitaria provista por el Municipio en la que les pueden tomar la presión o hacerse un control médico.
Luciana, de 23 años, contó a Télam que es la séptima vez que viene, desde Bunge, a Luján: "Desde chica empezaron a traerme mis hermanos, y siempre me hizo sentir muy bien, así que este año lo traje a mi novio.
“Esta vez no hice ninguna promesa pero sí vengo a agradecer que me está yendo bien en el trabajo y que todos estamos bien de salud en la familia", compartió.
Como expresión del fuerte predominio adolescente en la marcha, Javier cuenta apenas 17 años, y llegó desde Luján para reandar el camino junto a los peregrinos hacia la Basílica.
"Vine con un grupo de amigos en el 2007, cuando nos propusimos caminar desde General Rodríguez hasta la Basílica; en 2008 nos animamos a caminar desde Moreno, y en 2009, desde Liniers: la verdad, es algo que está bueno hacer cuando uno puede ir con amigos que lo apoyan", contó Javier a Télam.
"Uno siempre viene con promesas para cumplir y cosas que pedir o agradecer pero, más allá de eso, esto es un acto de amor", definió.
Marcos tiene 35 años y vive en Ezpeleta: "Vine con mis compañeros de trabajo y es la primera vez que lo hago; es más duro que lo que pensé, pero creo que voy a llegar", dijo a Télam, asistiéndose con un bastón y pomada contra los calambres que compró en el camino.
Raquel cuenta 67 años y viajó desde San Justo: "Hace más de 20 años que venimos con las chicas de la parroquia a darle una mano a los peregrinos: hay gente con ampollas y varios acalambrados, pero como estuvo nublado, no tuvimos tantos insolados como en años anteriores", reportó.
Agustín, dirigente de un grupo scout de Quilmes y parte de la comunidad de puesteros de asistencia instalados durante 24 horas, contó que "hace mucho" que prestan servicio a los caminantes. "Y siempre estamos preparados para lo que hace falta, aunque siempre son ellos los que terminan transmitiéndonos energía a nosotros", apuntó.