Espectáculos Encarna a El Sapo

Roly Serrano quiere bajar 50 kilos: "Mi deuda es la salud", afirma

Encarna el personaje de El Sapo en El marginal 2. "Lo importante es que me convocaron y lo fuimos armando. Pensamos en Marlon Brando, el Kurtz de Apocalypse now", afirma el actor de 63 años.
Dice Wikipedia que resiliente es aquel capaz de convertir la adversidad en experiencia positiva. A Roly Serrano le gusta definirse así por indicación terapéutica o porque resulta un camino fantástico para el relato sin fin: el hombre superador de pruebas contra todo pronóstico de origen, un saltador de casilleros que elige en cada jugada la mejor anécdota. Al salteño de infancia y adolescencia difíciles, mudado a Córdoba primero y a Buenos Aires después, le toca por estos días, a los 63 años, que el foco de la fama lo ilumine en su perfil más apolíneo, el del trabajo que a dosis imperceptibles construye pirámides. Como la que levantó ahora, ante los ojos de los miles de espectadores de El marginal 2, por la TV Pública, con el personaje de El Sapo.
"No sé si lo hicieron o no a mi medida pero espero que no, porque qué haría con mi ego, donde lo pongo, ya es demasiado. Lo importante es que me convocaron y lo fuimos armando. Pensamos en Marlon Brando, el Kurtz de Apocalypse now; sugerí hacerme el desdentado pero no, le pusimos oro en la boca y muchas uvas que me pasé comiendo dentro y fuera del personaje. Es un villano de historieta, jamás resigna poder y por eso termina mal."
Roly conoce el paño, dice al pasar que estuvo preso de chico, cuando era "un niño rebelde" y supo de palos y cicatrices en la espalda. Algunos exinternos rechazaron como prejuiciosa la mirada de la serie sobre el mundo carcelario. Pero para el actor solo se trata de ficción que, por debajo de la superficie, encierra una crítica social tremenda. Al principio, cuando recién empezaban a grabar, el personaje no fluía, había algo que no terminaba de acomodarse. Hasta que Adrián Caetano, el director junto con Alejandro Ciancio, se sentó al lado y le hizo una marcación personal. Y fluyó.
"Si Caetano me pide que me tire desde un precipicio, lo hago", dice el actor sobre un viejo conocido con quien hizo aquel recordado Galtieri de Tumberos. Con el productor Sebastián Ortega, la relación empezó antes, con El hacker (2001) y continuó y continuará porque es su "actor fetiche": "Así me llamó Sebastián", explica con una leve inflexión en esa voz única que lo desmarca del montón por combinar escombros y terciopelo.

Ponerse a charlar con Rolando Serrano þ"el negro Roly" como lo rebautizó la actriz Stella Matute- es un viaje de ida interminable si uno ingresa al parque de diversiones de su anecdotario landriscinesco. Sin embargo, es posible desgranar un par de nudos dramáticos, momentos de decisión ante la encrucijada que el narrador destaca como cruciales. Una es de títeres: ¿alguien en la sala se acuerda de Sonio y Marimonia, en el canal Cablín? Pues eran Roly y Silvina Reinaudi, ambos iniciadores del primer canal infantil de la Argentina.

"Trabajaba en Renault de operario. Podías mandar sugerencias que si eran aceptadas, te pagaban un sueldo extra. A la segunda sugerencia que metí, me becaron para estudiar mecánica. Pasé del overol lleno de grasa al guardapolvos con mi nombre y lapiceras en el bolsillo. Ya hacía teatro y Silvina Reinaudi, gran creadora, tenía un programa de televisión para chicos en Córdoba. Me invitó, participé y me pidieron que siguiera. Imaginate: en la fábrica me pagaban lo que hoy serían unos 50.000 pesos. En la tele, me ofrecieron 7.000. Acepté. Renuncié. Les dije que quería hacer títeres, ¡me querían matar! Pero mi deseo era vivir de esta profesión. Y lo logré con Cablín hasta que me pudrí y largué los títeres."
La otra, es de película. El atajo por el que, de pronto, el mundo del cine abre la puerta: "Estaba haciendo personajes provincianos en una obra de Julian Howard, en el teatro del Pueblo. Entonces, un productor -Jorge Edelstein, que hoy trabaja en Disney- me recomienda para un papel en un cortometraje. Lucrecia Martel estaba buscando un actor para Rey muerto que iba a filmarse en Guachipas, Salta. Fui a una prueba. Improvisé, le gustó y recién después le conté que no solo era salteño igual que ella sino que había nacido en ese pueblo. En ese momento, me llama Romay, que me había visto en teatro, para trabajar en canal 9 y pagaba bien. Con mi mujer, Claudia (falleció en 2004), vivíamos en La Boca y debíamos meses de expensas. «Ni lo pienses», me dijo. Y seguí la intuición, como siempre".

Múndo grúa, de Pablo Trapero; Cohen vs Rossi, de Daniel Barone; Nueve reinas, de Fabián Bielinsky; El polaquito, de Juan Carlos Desanzo; la voz del Gaucho Matrero en el Martín Fierro animado que diseñó Roberto Fontanarrosa; Gilda, de Lorena Muñoz; y muchas más, como Juventud, del ganador del Oscar Paolo Sorrentino, que lo eligió para un Diego Maradona otoñal y melancólico. Fue otra de sus "casualidades": después de interpretar al papá de Diego en La mano de Dios, de Marco Risi, de boca en boca su nombre le llega al director italiano. "Hice el casting toalla. Por Skype, Paolo quería ver mi cuerpo. Justo salía de la ducha y le mostré. El tano empezó a gritar «es Diego, es Diego». Eso sí, tuve que subir 15 kilos más y me fui a un spa en Suiza a filmar con Michael Caine, Harvey Keitel y Rachel Weisz. Charlé mucho con ellos, en mi inglés very difficult; Harvey vino el año pasado a filmar y comió un asado en casa. Qué se yo, pensar que hay pibes que hicieron dos bolos en Pol-ka y se creen que son Brad Pitt y te miran de arriba".
Este año estrena El kiosko, de Pablo Perez, con Pablo Echarri, y El capitán Menganno, con el Puma Goity, dirigido por Leandro Bartoletti. Y ensaya El bufalo americano, de David Mamet y dirección del Indio Romero, junto con Claudio Rissi y Abel Ayala, en la sala El extranjero. Al off, después de tres años de subirse a los tacos en Casa Valentina -el éxito de José María Muscari en calle Corrientes que acaba de terminar -y ganar un Ace por su Gogó. Porque Roly, marca personal, va de lo comercial a lo alternativo y viceversa sin escalas. Porque una vez aprendió que así es la vida: "Estaba en Buenos Aires ya y militaba en el partido Comunista. Por la calle, iba con un amigo, y un tipo nos pide plata. Yo no le di; mi amigo, sí. Le dije que no estaba de acuerdo con la dádiva, que había que cambiar de fondo las cosas, que eso era de burgués. Me dijo que sí, que tenía razón. Pero mientras tanto, la gente tenía que comer porque si no cuando llegara la revolución, no quedaba nadie. Desde entonces, pienso que no hay blanco y negro, que no es una cosa o la otra. También en el teatro y en muchos gustos culturales, ¿por qué no pueden gustarme Serrat y la cumbia?".

Venecia, de Jorge Accame; Aryentains, de Fontanarrosa; El enterrador, la comedia oscura de Gerardo Sofovich; Los hijos se han dormido, o La gaviota, por Daniel Veronese; La última cinta de Krapp, de Samuel Beckett; y la lista sigue: el hombre que empezó a estudiar teatro con el cordobés Miguel Iriarte sin haber visto nunca una obra encontró en el escenario pertenencia y destino. Pero, a diferencia del viejo Krapp, puede mirar atrás y sentirse satisfecho: "Este trabajo mio de resiliente me hizo ver que tenía que avanzar y no quedarme, no por buscar el objetivo de ser famoso, sino para estar mejor, mi cabeza, mi pensamiento; creo que lo pude lograr. Ahora mi deuda es la salud", dice, a poco de ponerse el balón gástrico para poder bajar 50 kilos.

"Vivo solo, extraño a mi perro que se me murió y a Dante, mi hijo del corazón, que está en Barcelona. Toda la libido está en el trabajo y disfruto mucho este momento. Pero no soy del tiroteo, necesito alguien que me espere y esperar a alguien. Aquí estoy, abierto a cualquier inquietud humana. Soy agnóstico pero creo que no somos el centro sino una parte más de todo. Y de vez en cuando, a mi angelito le pido algo", dice, como un rezo o un chiste soltado al universo. Fuente: (La Nación).-
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