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El crecimiento del Softbol: De fabricar bates en Paraná a Supercampeones

Con mayoría de jugadores entrerrianos, en el último tiempo la Selección Argentina de Softbol se consagró en el Mundial de la disciplina y en los Juegos Panamericanos. Conoce la historia que tuvo origen en la década del '60.
El softbol argentino festeja la reciente medalla de Oro en Lima.
Foto: El softbol argentino festeja la reciente medalla de Oro en Lima.
Hacían ondear la gorra y saltaban todos juntos de manera coreográfica. Un feliz y sudoroso ejército de lanzadores, jardineros y receptores que latían con el más puro corazón amateur. El diamante de Villa María del Triunfo se tiñó de celeste y blanco gracias a esta selección de sóftbol que se tomó muy a pecho su condición de flamante campeona mundial y que revalidó sus lauros con la medalla dorada en los Juegos Panamericanos, la novena de ese metal para la Argentina en tierra limeña. "¡Dale campeooón / dale campeooón!" gritaban padres y madres de estos muchachos con los ojos enrojecidos. Un festejo a carne viva.

Y si hacía falta demostrar algo más, allí quedó rubricado el triunfo por 5 a 0 en la definición ante los Estados Unidos, otra joyita de partido como a lo largo de este certamen, reflejo también del envión que traían de la gigantesca coronación en el Mundial de Praga, en junio pasado. "Es el sueño de toda una vida, hace unos años lo pensaba y decía '¡Qué lindo sería! Se dio gracias al esfuerzo de mucha gente que ayudó a conformar el mejor equipo de la historia de nuestro sóftbol", suspiraba Mariano Montero, uno de estos 15 héroes vestidos de gris que provocaron este doble impacto en apenas dos meses.

Todo es muy a pulmón, un grupo de locos radicados en Paraná que sorprende al mundo por su fabricación casera y un talento colectivo simbolizado en la figura de Huemul Mata, el pitcher que se desempeña por períodos en la liga japonesa y único profesional del equipo. Los demás combinan el régimen de entrenamientos con sus oficios de todos los días. La medalla dorada no es solo una enorme satisfacción para este plantel, sino además una rueda auxilio económica invalorable. "Este es el aval que necesitábamos para que tengamos el apoyo de la Agencia de Deporte en los próximos cuatro años", mencionó el capitán Bruno Motroni, que trazó una radiografía futbolera de este equipo: "Alan Peker es Armani porque nos salva partidos; tenemos dos grandes defensores como Montero y Godoy; Huemul es nuestro Mascherano y Federico Eder es una especie de Kun Agüero por la manera en que define los partidos".
Todos vislumbraron esta nueva conquista porque realmente sabían que podían, lejos de la arrogancia. Tenían en claro que su potencial no se agotaba en la gesta de Praga, sino que explotaría también en estos Panamericanos. Llama la atención el amor que transmiten por este deporte. Cuando llenan una base parece írseles la vida. Y así como luchan en cada inning, también derrochan festejos. De aquellas rondas interminables de cerveza en Praga al triunfal regreso a la Villa Panamericana.

Pero el estado idílico de esta selección bien podría tener su origen en los inicios de la década del '60, cuando el sóftbol se incluyó en el programa de educación física en las escuelas de Paraná. Propiamente en el industrial del ENET N° 1, donde los alumnos se pusieron a fabricar los bates, una iniciativa que alentó muchísimo la competencia intercolegial. Al tenerlos en sus manos y empuñarlos, aquellos chicos alumnos creyeron tener más destrezas para ganar los campeonatos. Y ese ímpetu aumentó de tal manera que ese claustro de Paraná resultó el germen para la consagración de la selección paranaense en 1971, en el campeonato nacional en Bahía Blanca. Fue una camada de jugadores de un entusiasmo desbordante y pionera, que provocó un efecto derrame hasta crear a estos monstruos de hoy.Pero al mismo tiempo, había que absorber de la sabiduría de los que más experimentados. César Montero, el padre de Mariano, aprendió en aquellos tiempos la técnica del "slider" gracias a dos mormones expertos en el deporte que habían llegado desde Utah. Y tras asimilar ese innovador efecto con curva al momento del lanzamiento de la bola salió el "molinete", otra de las variantes. Mario Chávez, considerado "el padre de los pitchers", ya en 1968 empezaba a descollar con sus movimientos y a señalar el camino. Ahora es Huemul Mata el que brilla con un tiro de cintura increíble, para un lanzamiento que supera los 130 kilómetros por hora.

En Paraná, la capital de esta disciplina y de unos 300.000 habitantes, siempre hay un componente de la familia o un conocido que juega al sóftbol. Nunca falta algún rostro amigo blandiendo el bate, y ahí es donde se manifiesta la seducción que produjo este deporte y la manera en que echó raíces desde hace varias décadas en la ciudad entrerriana. Ahora, gracias a la interacción que se provoca allí entre las siete canchas -con el Estadio Panamericano como epicentro-, más los chicos que practican en los barrios periféricos, se nutre la base que en definitiva produjo esta revolución.
Todo consistió en un proceso gradual. Luego de aquellos pioneros, ya en 2000 se soñaba con ganarle a los Estados Unidos y se pellizcaba algún que otro triunfo. No había un respaldo importante por parte de la Secretaría de Deporte para elaborar un plan de entrenamiento, sí un apoyo para idear algún viaje o una gira, señala La Nación. Con el tiempo se fue adquiriendo un mayor nivel y el bronce en los Panamericanos de Santo Domingo 2003 llevó a que el respaldo dirigencial se volviera más fuerte. El desarrollo continuó y se cristalizó en las consagraciones juveniles en los Mundiales de Paraná (2012) y Whitehorse, Canadá, en 2014. Enseguida, otro bronce en los Panamericanos de Toronto 2015 y los cuartos lugares en los Mundial de Auckland (2013) y Whitehorse (2017), dos avisos de que la Argentina ya estaba en la elite en mayores.

En este equipo que conjuga experiencia y juventud, los jugadores aprovechan el invierno argentino para desarrollar sus habilidades en los Estados Unidos y vuelven con un conocimiento mucho más detallado del juego, sobre todo por el roce en la liga con los propios norteamericanos, más los australianos y neocelandeces. Cada año, esta mudanza golondrina resulta un factor determinante para catapultar el crecimiento de nuestros jugadores, que ahora alzan el Mundial y los Panamericanos como dos estandartes.

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