Pero algo llama la atención. En las playas de Brasil es común encontrar asadores de chorizo. Los van cocinando con un bracerito mientras caminan con sus carros y los venden a los turistas que buscan algo más contundente que el choclo o el queijo asado. Pero el de Robinson tiene un aliado clave: la bondiola. Robinson Valerio, vende chori y bondiola playa Brava, Florianópolis. (Clarín).-
En Brasil, la bondiola ni siquiera se llama así. El corte es "ombro do porco" y sus sándwiches no forman parte del menú callejero típico. Mucho menos, promocionados con su nombre argento. Lo que tiene Valerio es una rareza.
"¿Y con qué se comen?", pregunta Clarín. "Con salsita criolla", responde y, automáticamente, la describe: morrón, cebolla, tomate, vinagre, aceite. La misma, exactamente la misma que la que come en el territorio argentino. El menú argentino sale 10 reales en cualquiera de sus dos versiones y viene con papas fritas. "Brasileiro, argentino, todos compran", afirma Valerio en "O que mais chorizo", detalla. Dice que tiene clientes brasileños pero que, no sabe por qué, todo el tiempo se le acercan argentinos.
Es que Valerio no es amante del portuñol ni de la conversación casual, y no se enteró de que en su carrito lleva un menú celeste y blanco. Su trabajo es vender de 12 a 17: de dónde sale la comida y por qué, no importa mucho. En un recorrido que le lleva cinco horas y le compran de 50 a 70 por día: como mínimo, uno cada seis minutos.