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Murió el piloto inglés que derribó el Hércules C-130 en la guerra de Malvinas

Sharkey Ward estaba al mando de un Sea Harrier cuando el 1º de junio de 1982 terminó con la vida del capitán argentino Rubén Martel y toda su tripulación.
Sharkey Ward, el piloto inglés que el 1º de junio de 1982 derribó a un avión Hércules C-130 de la Fuerza Aérea Argentina y provocó la muerte de toda la tripulación, falleció este miércoles en Inglaterra. La noticia fue confirmada por el hijo de Rubén Martel, a quien se la comunicó el hijo de Ward, con el que intercambió mails.

La tripulación del Hércules era liderada por el capitán Rubén Martel, quien tenía 35 años y era de Reconquista, en el norte santafesino, y cuyo hijo Ezequiel fue protagonista de una increíble historia al encontrar restos del avión más de tres décadas después en los pastizales de la isla de Borbón, a unos cinco kilómetros al norte de la isla Gran Malvina.

El 1º de junio de 1982 Ward piloteaba un Sea Harrier cuando un buque inglés captó la posición del Hércules de Martel y le dio aviso. Una vez que lo interceptó, le disparó un misil que impactó en el ala izquierda y como el avión no caía, lo acribilló con sus cañones. La nave cayó al mar y se desintegró. Sus siete tripulantes fallecieron en el acto.
Foto: El capitán Rubén Héctor Martel
Ese día, la tripulación argentina hacía lo que se conoció como “vuelos locos”, por lo arriesgado de cada misión. El Hércules debía volar a 15 metros del mar con los instrumentales apagados para no ser captado por los radares enemigos, subir de golpe, encender el radar, hacer dos barridos para captar al enemigo y descender casi en picada. Eso sí, al encender el radar ellos también podían ser vistos y eso fue lo que sucedió aquel fatídico día.

Estas misiones habían surgido porque la Armada había dado de baja los aviones de exploración Neptune, que ya estaban obsoletos, y los Hércules debieron también cumplir su rol en una suerte de improvisación, ya que las características de estos aviones no eran los más acordes para esas misiones, pero su radar podía captar las naves enemigas.

El 14 de marzo de 2017, 35 años después de que su padre muriera en Malvinas, Ezequiel Martel vio los restos del avión Hércules C-130 en los pastizales de la isla de Borbón, a unos cinco kilómetros al norte de la isla Gran Malvina. Había viajado allí especialmente y estudiado con mecánicos aeronáuticos todos los detalles del Hércules para saber si esas piezas pertenecían a las de la nave que tripuló su padre.

A un costado de la llanta del tren de aterrizaje encontró un código: era el del TC 63. Había hecho un increíble hallazgo.
El hallazgo
En 2022, Ezequiel le contó a La Capital una increíble historia en la que fue protagonista excluyente del hallazgo de algunos restos del avión en el que murió su padre. Cuando el capitán se fue a pelear en Malvinas, él apenas tenía siete meses. La última vez que se tomaron una foto juntos fue en el verano de 1982 en Pinamar.

Así, recordó que en 2015 se quedó una semana en Malvinas. Fue a surfear, su gran pasión, pero “el viaje”, como el lo define, fue el de 2017, el año en que fue a la isla de Borbón.

“Yo sabía que el avión de mi padre había caído a unos 70 kilómetros de la costa de esa isla y quería ir a surfear ahí”, señala. En 1983, un año después de finalizada la guerra, restos de aviones habían llegado a las costas de esa isla y por la cercanía con el lugar del siniestro tenía la corazonada de que eran partes del Hércules. ¿Cómo reconocerlas? Durante meses fue a la Brigada de El Palomar a hablar con los mecánicos de esos aviones para que le contaran qué podía encontrar.
Y allí partió. Rick, el kelper que lo alojó en la isla Borbón lo estaba esperando en su 4 x 4. El 14 de marzo Ezequiel caminó por la playa y avistó un llanta con el amortiguador. “En el borde de la llanta había un código. Le saqué una foto y se lo mandé a los mecánicos. Era el código del avión de mi viejo. el TC 63”, dice hoy con la misma emoción de aquel día.

Al día siguiente volvió y se abrazó a los restos del avión. “Me lloré la vida. Todo lo que no lloré en años lo hice ese día. Escribí los nombres de los siete tripulantes en una parte de los restos y me volví caminando sin poder volver la mirada hacia atrás. Ese día finalmente me pude despedir de mi papá”, admite.

Rick había visto toda la escena. Lo esperó, cargó la tabla de surf en su camioneta y lo llevó a la playa, la misma en la que aparecieron los restos del avión. Esa que Ezequiel conoció a los 35 años, la misma edad que tenía su padre al morir, los mismos años que habían pasado desde aquella trágica muerte.

Ezequiel tomó la tabla y se metió al mar. En la mano llevaba el escudo del Escuadrón Hércules atado a una piedra. Surfeó. Gritó “63” (el número del avión de su padre) con todas sus fuerzas y arrojó el escudo al mar. Asegura que en ese instante vio a siete albatros sobrevolarlo. Nadie le saca de la cabeza que algo tenían que ver con aquellos tripulantes del Hércules.

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