El tandilense fue una de las apariciones más destacadas del tenis argentino en la segunda mitad de la década del 80 pero atrás de ese joven que soñaba en grande, habÃa un chico que sufrÃa en silencio la exigencia desmedida y autoritaria que le imponÃa su padre y entrenador Raúl Pérez Roldán. "Fue un visionario muy bueno, extraordinario en los detalles técnicos y un gran entrenador, pero lamentablemente yo fui su hijo. Hubiese preferido tener un peor entrenador y un mejor padre, que él fuera un gran profesor de tenis y yo un buen abogado. Ahora, como técnico, me saco el sombrero", se desahogó el tandilesnse al poder contar lo que calló por más de treinta años.
A los 50 años, afincado en Chile donde maneja una escuela de tenis, con dos hijas y un tercero en camino, Guillermo sintió la necesidad de revelar el calvario por el que pasó y casi nadie supo. "Sufrà maltrato fÃsico. Todos sabÃan. La cosa fue conmigo. Y con mi hermana al principio. Pero cuando empecé a facturar yo, mi hermana pasó a un segundo plano. Tengo que decir que fue un técnico de la puta que lo parió de bueno, pero un padre de mierda. No podÃa ser que ganar un partido era un alivio", recuerda con angustia.
Y su relato fue un poco más allá, con detalles que hielan la piel: "Después de ganar Buenos Aires me voy a Itaparica, en la primera ronda me toca un muchacho que se llama Tore Mainecke, jugué en otra superficie, venÃa de una que era súper lenta, hacÃa un calor, perdà y [después del partido]se subió a la cama y me empezó a cagar a latigazos porque decÃa que no me habÃa movido bien. No puede ser. Cosas asÃ, groseras".
"Si yo te contara realmente las cosas fuertes, como perder un partido, entrar en una habitación y que te peguen una piña en medio de la boca con el puño cerrado. Y yo las corrÃa todas, eh. O que te metan la cabeza en un baño o que te agarren a cintazos arriba de una cama", agregó aunque eso no fue todo porque además Guillermo Pérez Roldán asegura que su padre se quedó con toda su plata.
"Terminé mi carrera y a los tres meses era pobre. No tenÃa ni coche. La estafa la descubrà en 1994. Asà fue: llamé al banco de afuera, pedà una plata para irme de vacaciones y no habÃa más. Y habÃa varios millones de dólares. Además, tenÃamos casas, caballos de carrera, restaurante, departamento, etcétera. No cuento ni vivo con eso y sé que nunca la voy a tener", recordó sobre la traición que sufrió de parte de su progenitor.
Y como para completar el panorama de cómo lo afectó en su vida y en su carrera, dio detalles del incidente que empezó a marcar el fin de su carrera (se retiró a los 24 años) por una lesión en la mano: "En 1993, después de Roland Garros, estábamos con mi padre en Génova, pero como yo tenÃa el dÃa libre antes de jugar vamos a ver a (Mariano) Zabaleta, que jugaba el Avvenire en Milán. Cuando volvemos, paramos en una estación de servicio y me voy a comprar algo para comer y me pongo a hablar por teléfono. Cuando miro para afuera, dos tipos le estaban pegando a mi viejo. SalÃ, pegué dos tortazos, me puse hielo en la mano y seguimos. Al otro dÃa cuando amanezco tenÃa la mano que parecÃa con elefantiasis. Después vine para Argentina, ya sabÃa que tenÃa algo roto, jugué todo el año infiltrado y muy pocos torneos. Después me operé varias veces y nunca quedé bien. Al dÃa de hoy que todavÃa tengo la mano sin movimiento. No fue que me lesioné jugando y la cosa se me hizo peor, no. Jamás tuve un problema en la mano, ni en los codos ni en el hombro. Mis lesiones fueron abdominales. Sà tenÃa un problema genético de la espalda. Asà que encima de estafado, la causa de mi retiro fue por defender a mi viejo, que como siempre, estaba haciendo quilombo. Creo que fue por ver quién estaba primero para cargar nafta, imagÃnate la boludez".