Policiales Habría planificado todo

Cómo ejecutó la masacre el hombre que mató a compañeros por presuntas burlas

Para los investigadores, el autor de los asesinatos en la fábrica de hielo en Córdoba no actuó bajo "emoción violenta". Tras la matanza, llamó a la Policía. Luego se afeitó y cortó el pelo para esperar la llegada de los uniformados.

Masacre por burlas en Córdoba
"Algunos introvertidos pueden terminar siendo peligrosos", suelen decir algunos psiquiatras para referirse a esas personas que en un momento de la vida pueden explotar y cometer algo extraordinario.

Lo que le pasó a José Gustavo Suárez (42), un individuo reservado, de poco hablar y escasas manifestaciones, que asesinó a dos compañeros de trabajo en Córdoba parece encuadrarse no en una emoción violenta ante las supuestas burlas de sus compañeros de trabajo, sino en un plan calculado y premeditado.

Uniendo los datos sueltos que aportan quienes tienen contacto con la causa -policías y judiciales- se puede reconstruir que Suárez planificó con tiempo la ejecución que perpetró con pasmosa frialdad.

Durante el fin de semana, tuvo el tiempo suficiente para planificar su designio criminal del lunes, a primera hora. Antes de salir temprano, dejó en su departamento de barrio San Fernando, al sur de la ciudad de Córdoba, una carta dirigida a quien le alquilaba. Le expresaba que iba a hacer algo drástico y que "por un tiempo" no iba a volver. Hablaba de regresar unos 20 años después y pedía disculpas por las molestias ocasionadas. En compensación por las deudas que tenía con el locatario le dejaba algunas de sus pertenencias más valiosas, como la heladera y el lavarropas. Y le solicitaba que donara la bicicleta.

Salió de su casa con las primeras luces, portaba entre sus ropas el revólver calibre 32 Dillon Volonté, un arma rudimentaria, pero efectiva. También se aseguró de llevar, por las dudas, una tijera que usaría si le fallaba el arma de fuego. Esperó el ómnibus, tomó el 600 y se dirigió al trabajo, donde lo esperaba un día muy diferente.

Una vez que llegó a la fábrica, en Argandoña al 2800, San Vicente, se tomó su tiempo para aguardar que todas sus víctimas estuvieran allí, en esa pequeña factoría.

Hugo Herrera (63) se desempeñaba como encargado en la oficina administrativa, Hugo Rojas (59) era operario como él, picaba y embolsaba hielo. Faltaba que llegara el hijo de Ramón, Damián (28), quien era repartidor con una camioneta que el padre le había ayudado a comprar.

Cuando estuvieron los tres, cerca de las 10, Suárez inició su masacre. No está claro el orden de la seguidilla de muertes y por qué a unos los mató con un revólver y al otro quiso ultimarlo con la tijera. El revólver Dillon calibre 32 que utilizó carga seis o siete balas (según el modelo) y para matar a los Rojas usó al menos seis: cuatro al joven y dos a su padre.

También se sostiene que al herido con la tijera lo pateó mientras cargaba la pistola, que usaría luego con los Rojas.

Después de terminar con sus tres compañeros, Suárez efectuó dos llamados.

El primero fue al 101, para avisar que había matado a quienes eran sus compañeros de tareas desde hacía nueve años, cuando comenzó a trabajar en la fábrica.

La otra comunicación telefónica la hizo al contador de Frikito -la sociedad matriz de la hielera- que todas las semanas visitaba Polarcito para hacerse de las novedades. A él, según fuentes judiciales, le dijo: "Ya hice lo que tenía que haber hecho hace un tiempo".

Luego de esto, Suárez, que utilizaba una melena "africana", se rapó la cabellera y se afeitó. Se estaba preparando porque sabía que en minutos venía a buscarlo la Policía y ya sabía que lo aguardaba una extensa estadía en la cárcel.

Al llegar la primera patrulla, él mismo recibió a los uniformados y les franqueó el ingreso.
No hicieron falta muchas indicaciones para que los policías encontraran un cuadro estremecedor: en un patio, entre las cocheras estaba el cadáver de Damián; en la cámara de frío, se encontraba el de su padre y en la oficina hallaron a Herrera que, para sorpresa, reaccionó y estaba consciente.

Según policías que estuvieron en ese lugar en ese primer momento, el sobreviviente alcanzó a contar que se había "hecho el muerto" y que Suárez, luego de herirlo, pasó junto a él y lo pateó, mientras cargaba el revólver.

El arma fue secuestrada por los efectivos que comprobaron que tiene en buenas condiciones su número de serie. Aún no se determinó si está registrada en el Renar y si está a nombre del último en dispararla, publica La Voz de Córdoba. El testigo clave

Para la Justicia, será clave el testimonio de Herrera, el único sobreviviente de la masacre de la fábrica de hielo. Para conocer lo que pasó entre las paredes de Polarcito, es necesario hablar con el hombre al que el agresor le clavó una tijera en el cuello, antes o después de fusilar a los Rojas de varios disparos a corta distancia.

La causa judicial no es complicada en cuanto a establecer las responsabilidades por las muertes. El presunto asesino se entregó y confesó a la Policía haber matado a dos personas e intentar hacerlo a otra. Pero se interpone una gran nebulosa que impide establecer las motivaciones que movieron a Suárez para concretar semejante raid criminal.

Lo poco que pudieron dialogar con el asesino frente a la escena de sangre tuvo que ver con los porqués de semejante determinación. Él mismo les dijo lo que hoy todos comentan: que afectado de cáncer debió ser operado de la próstata y que ya no podía tener relaciones sexuales, lo que motivó el permanente hostigamiento de sus compañeros acerca de su sexualidad. "Sos put. . . " y "no se te para", eran las expresiones que, según él, debía escuchar día a día, desde hace cinco años.
Vecino "excelente"

Horas después, cumpliendo directivas del fiscal Alfredo Villegas, la Policía allanó la morada de Suárez. El pequeño departamento está en un complejo de 24 unidades ubicado en Béccar Varela 638, San Fernando.

El 4A es un rectángulo de escasas dimensiones, donde la cocina-comedor, el baño y la pieza hacen las veces de refugio para este vecino al que los otros residentes calificaron como una "excelente" persona, aunque poco sociable.

Ayer, en la cuadra y en el mismo complejo, donde la mayoría alquila, todos mostraban la misma reacción: sorpresa ante una reacción inesperada.

Mónica, que vive al frente, dijo ser casi la única que tenía un contacto un poco más afable que el clásico "buenos días" y "buenas noches" de rigor, con el que la mayoría lo trataba.

Suárez se había mudado allí hacía dos años y medio. Antes, estaba en "la pajarera", un complejo con un largo historial de usurpaciones y delitos ubicado a unos 200 metros de allí. Se mudó "cansado de los robos", le dijo a Mónica.

En su nueva residencia, no tuvo mayores problemas. De manera rutinaria, se despertaba para salir a correr a las 5.30, iba a un gimnasio ubicado a dos cuadras y luego, ya bañado, se subía al ómnibus de la línea 600 para ir a su trabajo, el mismo de los últimos 10 años.

Ya de regreso, se recluía en su departamento. Siempre solo, ya que había cortado hace tiempo cualquier vínculo familiar, y nadie recuerda haberlo visto recibiendo a alguna visita.

Recién ayer a la tarde, a más de 24 horas de la masacre, los investigadores policiales localizaron a una tía.

"Estamos viendo quién es, qué hacía, a quiénes veía, porque nadie sabe nada de él", apuntó una fuente policial de Homicidios.

Suárez era un solitario, pero nadie lo describe como hosco o huraño, sino que aquellos que lo cruzaban en el complejo dicen que siempre era correcto en el trato, amable y respetuoso.

Las sobras de comida se las daba a un perro de un vecino y ayudaba a acomodar la basura cuando los gatos rompían las bolsas de los canastos.

"Nunca dijo que tenía problemas de salud ni de trabajo", agregó Mónica, quien dijo que sólo sabía que Suárez era hincha de Boca, ya que solían cruzar algún que otro comentario futbolístico cuando se encontraban en la calle.

El hombre le había dicho, también, que pensaba mudarse más cerca de su trabajo, para evitar viajar tanto en ómnibus.

Los policías que efectuaron el procedimiento encontraron la carta y algunos efectos que pueden contribuir a la investigación. Se secuestró un papel que indicaba un turno con un urólogo, como único rastro de su posible afección prostática.

Por el momento, sus motivaciones siguen siendo una incógnita. Más allá de sus dichos a la hora de entregarse, hay poca evidencia que sustente esa versión.

Mientras tanto, los policías que aguardan en el Hospital de Urgencias la mejoría de Herrera saben que su palabra es fundamental para intentar cerrar y entender esta macabra historia.

Los compañeros. Ayer, algunas personas que supieron trabajar con los involucrados en la masacre, tanto las víctimas como el victimario, reiteraron que todo les cayó de sorpresa. Agregaron que Suárez y los fallecidos eran "muy buenas" personas y dijeron que nadie esperaba un desenlace como el sucedido.
Ver comentarios

Estás navegando la versión AMP

Leé la nota completa en la web