Sociedad Viajan a Malvinas

Excombatientes sanjuaninos inician gesta para cerrar heridas de guerra

Se trata del quinto contingente de excombatientes de San Juan que llega a las Islas Malvinas a reencontrarse con una parte de su historia. A darle una forma más cercana a la definitiva a las memorias de casi cuatro décadas.
"Hay que estar atentos, alguno se puede poner mal, o reaccionar". La advertencia cayó en el vacío. Nada de eso pasó, los catorce sanjuaninos entregaron el pasaporte a los militares británicos, recibieron el sello de visita permitida por una semana con la leyenda "Inmigration Falkland Islands". Y salieron al encuentro de la combi que los dejaría, una hora después, en Puerto Argentino. Se trata del quinto contingente de excombatientes de San Juan que llega a las Islas Malvinas a reencontrarse con una parte de su historia. A darle una forma más cercana a la definitiva a las memorias de casi cuatro décadas.

"Este grupo es diferente de los otros, tiene sus particularidades", dicen funcionarios del gobierno provincial. Es que diez de los catorce son amigos, se juntan en San Juan a comer asados, a jugar al fútbol y a charlar sobre recuerdos de la guerra. De esos recuerdos de los que rara vez le hablan a sus familiares más cercanos y que en este viaje parecen haberse destapado. Sólo hace falta prestar la oreja, como dice el saber popular.

Otra particularidad del grupo es que la mayor parte ya había sido invitada para alguna las cuatro ediciones de los años anteriores, desde que la gestión de Sergio Uñac comenzó a organizar los viajes para excombatientes y familiares, como una iniciativa que aún no se ha replicado en ninguna otra provincia. "No estaba bien de 'acá'", dice uno de ellos, tocándose la sien con el índice, en un restaurante de Río Gallegos, en Santa Cruz, la noche previa a la partida, antes de aterrizar en la intimidante base militar británica, que alberga más personas que las que habitan en el resto de la isla (3.600 habitantes).

Fue un efecto contagio. "Este me tiró un golpe abajo, y ahí agarré viaje", comenta Héctor Naveda, el más locuaz del grupo, entrenador de las divisiones juveniles de San Martín de San Juan. "Este" es Héctor Ludueña, el Hacha, en referencia al volante aguerrido que supo jugar en la selección nacional. Ludueña superó un cáncer y al tiempo le dijo a Naveda: "Vamos a Malvinas que yo te cuido". Naveda convenció a Walter Carrizo, sobreviviente del crucero General Belgrano y el nueve del equipo. Y así se fueron sumando. El fútbol, como se ve, atraviesa las relaciones entre buena parte de estos excombatientes. Tanto, que comenzaron a buscar cancha para el viernes, el último día en la isla, si es que los vuelos retornan con normalidad al continente y los vientos permiten los despegues, dos condiciones impredecibles.

Los recuerdos de días de hambre, frío y miedo también son puntos de coincidencia. "Te hacés amigo del miedo. Te acostumbrás a que sea parte", dice Daniel Marzano, quien estuvo en las trincheras junto a Juan Leyes. Los dos volvieron ayer al viejo aeropuerto que los ingleses bombardearon al inicio de la guerra para complicar la logística argentina. Habían estado antes dos veces en el 82: en abril en el arranque del conflicto y luego en junio, terminada la guerra, como prisioneros. Esa historia queda en suspenso: en estos días se completará cuando Leyes y Marzano, que también hicieron juntos la colimba, busquen el pozo de zorro donde combatieron codo a codo hace 38 años en la colina que está justo frente a Puerto Argentino. "Nos sacaron de ahí, tiré el arma al mar para que quedara inutilizada y nunca más volví. Es como si te fueras de tu casa y dejaras la puerta abierta. Ahora vine a cerrarla, para poder vivir tranquilo", agrega Marzano, junto a Leyes, mirando la pista de aterrizaje que ahora es utilizada por avionetas. Más atrás, sobre una calle lateral que no existía en 1982, Rodolfo Morales, que peleó en Ganzo Verde, cerca de Darwin, mirá un punto fijo. "Por ahí (Mohamed Alí) Seineldín enterró un rosario el 2 de abril", recuerda. Morales, quien se retiró de las fuerzas en 1985, trabaja en la municipalidad de Iglesias desde entonces. Además de buscar su trinchera, tiene otro gran objetivo: colocar en el cementerio de Darwin doce rosarios, por cada uno de los caídos del Regimiento de Infantería 25. Es otra de las historias que continuarán en próximas entregas, como en las sagas de los viejos folletines.
Quiebre
El dolor por los que no están, por "los hermanos", es el punto de quiebre. Como así también ciertas barreras para autorreconocerse como héroes de guerra. Acaso por la amistad de años, en líneas generales el grupo tiene algo de escolar. Viven haciéndose bromas entre ellos, contando chistes, a las carcajadas. Pero de pronto, por momentos, todo cambia. Alguien se conmueve, y también hay contagio, como para subirse al avión. Y el que está mejor sale al rescate para que todos se mantengan en alto.

"Todos dimos algo. Algunos dieron todo, que es la vida. Me costó años entenderlo", cuenta Naveda, que en la guerra estuvo en el portaaviones, tras haber pasado los cuatro años previos en el crucero General Belgrano. El mismo barco al que se subió sobre la hora Jorge Salas, en una carambola que su hermana Alicia no conocía y de la que se enteró días atrás en Río Gallegos. Alicia es la única familiar de un caído de esta quinta expedición de sanjuaninos y espera en los próximos días tirar al agua un corazón, que adentro contiene una carta de su madre, la misma que el 2 de mayo de 1982 oyó que le decían "mamá"? y luego las noticias. En Darwin no hay tumbas de los fallecidos en el hundimiento del crucero, excepto los de una decena que perecieron congelados en el naufragio. También habrá una lupa sobre esta bifurcación.

Quienes estuvieron en el continente creen que los héroes son los que fueron a Malvinas. Los que estuvieron en los barcos, creen que los héroes fueron quienes combatieron en tierra. Y quienes combatieron en tierra, llevan la medalla a los caídos en combate. Un peso que en los últimos años fue aliviando, a partir de reconocimientos, de hechos, de convencerse entre ellos, de encontrar palabras y a veces respuestas. Muchos otros no las encontraron, y por eso los catorce sanjuaninos en algún momento tiran el dato: "Los que se suicidaron después de la guerra ya superaron a los caídos en combate". Lo saben bien: problemas para encontrar trabajo, que los hayan tratado de locos, el ocultamiento al regreso de Malvinas y una historia que tardó en agradecerles. "Hermanos que estuvieron setenta días en un pozo y a quienes les dijeron que no habían ido a ningún lado. Venimos a rendirles un homenaje", afirman en una de las playas de Malvinas, de arena blanca, con turistas, de las pocas que no están minadas y que se pueden pisar. O los recuerdos punzantes a quienes los han denostado por cobrar una pensión "sin que les falte un brazo", o incluso de responsabilizarlos de la derrota obvia.

No obstante, las opiniones distan de ser homogéneas. Más bien, todo lo contario. "Cada cual vivió su guerra", dice Jorge López, que en 1982 iba y venía en el buque San Carlos, de desembarcos, con terror a recibir un impacto que los hundiera o que les pegara un submarino en el trayecto a las islas, ya que ese barco no tenía tecnología para detectar un enemigo.

Parece ser así, cada cual con su guerra. Mientras unos agradecen el trato de los ingleses después de la rendición, otros fueron humillados, como Jorge Cortez, que estuvo en las islas Georgias y no está tan agradecido. Lo mismo respecto a los superiores propios, a quienes temían, odiaban o respetaban. La diversidad se replica, pregunta por pregunta: cada experiencia es particular, cada excombatiente lleva a cuestas su propia guerra. Y sus propias historias que cerrar.
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