Sociedad La despiertan los ruidos de candados

Cómo es la vida en prisión de la primera beba del 2020

Su mamá, Fernanda González, cumple una condena por robo agravado en el penal de La Plata. "Es un lugar horrible para criar a un bebé. A Martina la despiertan los ruidos de los candados", asegura y pide arresto domiciliario.
Las cárceles encierran sonidos muy particulares: el rechinar de rejas seguido por un golpe seco al cerrarse, es uno de ellos. El chasquido metálico de los candados es otro. Y ese es el que altera a Martina. "Escucha el ruido del candado y se asusta", cuenta Fernanda González.

Martina tiene pocos días de vida. Nació entre fuegos artificiales y brindis de Año Nuevo, exactamente, a las 00.01 del 1 de enero, en el Hospital San Martín de La Plata.

El festejo fue breve: la primera bebé de 2020 de la Argentina pasó solo 48 horas en libertad, cuando los médicos decidieron dar el alta a ella y a su mamá. Ambas fueron trasladadas al penal de Los Hornos en un camión del Servicio Penitenciario.

Fernanda, tiene 22 años y fue condenada a once por robo agravado. Si la Justicia no concede el arresto domiciliario, Martina puede acompañarla los siguientes cuatro en prisión. Luego, debe separarse de su mamá para continuar su vida sin rejas ni candados.
La beba "duerme todo el día". "Me cuesta darle la teta porque no la quiere tomar. Ahora le voy a empezar a dar mamadera para que se la puedan llevar de paseo. Quiero que pase acá el menor tiempo posible pero que esté y duerma conmigo", dice Fernanda durante una entrevista en un salón de juegos del penal.

La joven recuerda con alegría el parto. "Fue re lindo porque fue un momento en que no pensé en nada: Me olvidé de que estaba presa, me olvidé de todo", dice y mira a Martina que duerme. Sonríe por un instante. "Es un bajón volver acá pero tampoco me gustaba estar con una patera encadenada a la cama", dice con resignación.

Su hija es una de los 51 niños y niñas que viven en cinco de los once pabellones del penal ubicado en las afueras de la capital provincial y al que los guardias bautizaron "la cárcel de tus sueños".

Los pabellones maternales no son como el resto. Hay mayor comunidad entre el personal del Servicio Penitenciario y las detenidas; los cumpleaños se festejan con globos y caramelos y hay una plaza donde las mamás se juntan, conversan y toman mate. Hay mayor libertad de movimiento y la población es más tranquila.

Pero también hay gritos, discusiones, peleas feroces, situaciones trágicas y motines. "Hay cosas que pasan que no queremos que vean los nenes. Hay chicas que están tan tristes, que no salen de su celda", dice la mamá de Martina sobre la vida en esa cárcel. "No es lo mismo, pero tratamos de ser como una familia y de cuidarnos", se consuela.

Dentro de los muros persiste el recuerdo de un bebé que murió asfixiado por accidente, la muerte súbita de otro pequeño y el homicidio de un tercero: murió por los golpes que le dio su madre. "Después de la paliza, se durmió y nunca más despertó", cuentan.
Fuegos artificiales y candados
Antes de ingresar al penal de Los Hornos, Fernanda cumplió tres años de prisión domiciliaria en su casa de General Rodríguez. Esa situación cambió el día que fue condenada: los jueces decidieron que continúe la pena en la unidad penitenciaria. No tuvieron en cuenta que ya era madre de dos nenes, de uno y cuatro años, ni que estaba embarazada de seis meses.

"Me habían dado fecha para el 6 de enero y se adelantó: nació el primero". Martina abrió los ojos por unos minutos pero volvió a dormirse, ajena al contexto que la rodea. "Me enteré en el momento que fue la primera bebé del 2020. Empecé a escuchar los cuetes, todo".

Fernanda se sintió feliz cuando sostuvo por primera vez a su hija: "Yo estaba muy triste y la llegada de ella me hizo muy bien. Ella es especial, porque vino en un momento complicado para mí, mis hijos y mi marido y, ahora, también lo es para ella".

"Si Dios quiere y nos dejan, tengo fe de que nos vamos a ir. Si quieren, que me pongan una cadena, pero quiero estar con mis hijos como cuando estaba con la pulsera. Este no es un lugar para los chicos", ruega.

Martina conoció a su hermano más chico en el hospital. Todavía no pudo tener contacto con su hermana mayor y su madre no quiere que las visiten en el penal. "Este no es un lugar agradable", insiste. "Mi nena lloró de tristeza cuando me vio en televisión porque quería estar conmigo", relata con dolor.

Confiesa que está muy angustiada. Le provoca terror que la beba crezca encarcelada.

"Los nenes acá no conocen lo que es un perro, lo que es una moneda, lo que es ir a comprar. Se ponen mal psicológicamente ellos también, porque salen a la calle con cuatro años y no saben lo que es un lavarropas. Ellos sufren, por más que tengan una plaza, que tengan atención, que tengan todo, ellos necesitan estar en la calle".


"Cuando ven que hay nenes que salen en libertad, los chicos se ponen nerviosos. Les dicen a las madres: 'Me quiero ir a mi casa'. Veo eso y me pongo re mal. Martina va a crecer y va a crecer en una cárcel", se lamenta.

Al mismo tiempo, suplica: "No la puedo alejar de mí. Yo sé que ella me necesita". La situación se le presenta como una encrucijada. Es difícil para su marido hacerse cargo de otro bebé sin la ayuda de su pareja. "A veces no llega con los pañales, somos una familia humilde. Pero si yo estoy para cuidar a los nenes en la casa, él puede salir a trabajar y no solo dedicarse a changas. Es un buen hombre", dice.

Y no duda: "La crianza acá es horrible". "Hay chicos que se van de paseo y vuelven histéricos. Una de las nenas se pone muy nerviosa y convulsiona", cuenta y confiesa: "Tengo mucho miedo de tener que criar a mi hija en la cárcel. No hay ninguna mamá que esté contenta de estar acá con sus hijos. Ellos también están presos".

En la Unidad Penitenciaria 33 de Los Hornos hay 67 internas madres, 22 de ellas embarazadas. 54 están presas por primera vez. La mayoría, por drogas y, en segundo lugar, por robo. Algunas, por haber matado a sus propios hijos.

"Lo único que pido es que nos den otra oportunidad a las que somos primarias (las internas que no son reincidentes). No estoy de acuerdo que les den beneficios a las que matan porque un error lo puede tener cualquiera pero sacar una vida, no".

"Yo fui mamá muy joven, me mandé una macana. Lo hice por necesidad, pero ya está, ya escarmenté y sé que lo que hice no está bien. Me merezco otra oportunidad", insiste y jura que está arrepentida.

La entrevista llega a su fin. Martina y Fernanda deben regresar al pabellón. Antes responde: "¿Un deseo para Martina? Deseo que sea alguien". Con lágrimas en los ojos agrega: "Y espero que no tenga que pasar por lo mismo que pasé yo".
"La cárcel de tus sueños"
En las cárceles de la provincia de Buenos Aires hay 1764 mujeres detenidas. La Unidad N° 33 del Servicio Penitenciario bonaerense, ubicada en Los Hornos, tiene una particularidad: es la prisión que mayor cantidad de madres y embarazadas aloja. Hay 67 internas y 51 chicos de hasta 4 años distribuidos en cinco de sus once pabellones. Otros seis niños permanecen en la unidad de Florencio Varela.

Las autoridades aseguran que no todas las internas tienen el deseo de salir. La prisión les garantiza pañales, comida para sus hijos, traslado escolar y asistencia pediátrica. Necesidades básicas que no podrían cubrir "afuera".

Hace 22 años, Rosa Miño empezó su carrera en Los Hornos. Hoy es la subdirectora de Asistencia y Tratamiento de la prisión. "Tenemos internas en pabellones materno-infantil arriba de los 40, pero la gran parte son jovencitas. La mayoría está por venta de estupefacientes. También tenemos casos por infanticidios, son pocos, pero existen. Son mujeres que han cometido ese delito y que fueron detenidas, embarazadas", precisa.

La mayoría está presa por venta de estupefacientes.

Ariel Silvestri solía cumplir funciones en una cárcel de varones hasta que hace un año y medio fue trasladado a Los Hornos. "Me pareció chocante ver a los nenes en el pabellón cuando recién empecé, pero es parte de nuestro trabajo", admite el subjefe de seguridad de la prisión que asistió "de casualidad" al parto de Fernanda.

Silvestri señala algunas diferencias en cuanto a la seguridad de los traslados. "Hay médicos y ambulancias las 24 horas disponibles y, en caso de ser trasladadas al hospital, no las esposamos, las llevamos del brazo".

Una de las presas aprovechó una distracción y se fugó de un centro de salud. Regresó poco después embarazada. Prometió a los guardias que no volvería a escapar. Su nombre aparece, de todos modos, en el pizarrón del penal catalogada con un término que la distingue del resto: "Peligrosidad".

Miño explica que hay un trato diferente en los pabellones materno infantil. "Se crea otra relación. Somos más pacientes, tratamos de entender más la situación porque tienen también a sus hijos, de alguna manera, detenidos acá con ellas. Se genera un vínculo más maternal con ellas", subraya. "No siempre fue así. Ahora hay una convivencia más armoniosa", aclara.

"La población ha cambiado mucho: tenemos internas que no tienen una larga trayectoria dentro de la unidad, que no tienen esos 'berretines' hacia nosotros. Eso nos da lugar a quebrar ciertas paradigmas, por ejemplo, alzar un nene, llevarlo a caminar dentro del establecimiento. Se generó una confianza en la mamá hacia nosotros que antes no existía", describe.

"Están muy solas respecto al acompañamiento familiar y en ese lugar, por lo general, estamos nosotros. Las visitas no son continuas porque los familiares están a cargo de otros hijos que puedan tener las internas y eso les dificultad venir con cotidianidad o traerles cosas. El tema económico también está muy complicado".

El tema económico también está muy complicado.
Además de la plaza común, el salón de juegos y una nueva biblioteca, cada pabellón cuenta con una pelopincho para que los nenes puedan refrescarse y jugar. También tienen aseguradas las salidas diarias: asisten a un jardín maternal y las personas autorizadas por las madres pueden llevarlos a pasear.

A veces reciben visitas inesperadas, como la de este lunes, cuando los Reyes Magos ingresaron a los pabellones con regalos para todos. Entre las mamás, estaba Fernanda, sonriente con Martina en brazos.
El proceso de los niños para dejar la prisión
La ley permite a las madres tener a sus hijos junto a ellas hasta los cuatro años. Después, niños y niñas deben dejar la prisión. Ese despegue y el vínculo entre la mamá y su hijo, según explica Miño, "se trabaja desde que están en la panza por un consejo asistido, conformado por varios profesionales, entre ellos psicólogos y psiquiatras infantiles".

De esta manera, intentan que la separación no sea traumática. "Se trata que la familia lo saque a paseos recreativos, que pueden durar horas, días o meses, para que el nene se vaya adaptando a una vida social y, cuando llega el momento en que se tiene que ir, ya está preparado a ver a la mamá cada tanto", agrega.

Además de tener que ver partir a su hijo, la mamá enfrenta otro desafío: el cambio de lugar de alojamiento. "Para la mamá es duro que su hijo se vaya, porque pasa a un pabellón común, donde a las ocho de la noche se pone un candado en su celda y hasta el otro día no sale. En los maternales deambulan por el establecimiento con sus hijos y no sufren el encierro como el resto de las internas", detalla la funcionaria.

Para la mamá es duro que su hijo se vaya, porque pasa a un pabellón común.
Este proceso deberá atravesar Fernanda, que ahora camina por el sendero enrejado que la lleva al pabellón. En un cochecito lleva a Martina. Todavía les quedan un par de horas para que la puerta de hierro se cierre hasta el día siguiente. (TN)
El comentario no será publicado ya que no encuadra dentro de las normas de participación de publicación preestablecidas.

NOTICIAS DESTACADAS