Sociedad "Que me pidan y no que aprendan a robar"

Emocionante: La historia de la verdulera que regala frutas a niños con hambre

Admite que vive "en una caja de zapatos, y a veces no me queda ni para una remera, pero vivo para trabajar y me llevo todo el cariño de la gente" que la llevó a convertirse en la tía de todos los chicos en un barrio de Neuquén.
Sonia Santibáñez ha ganado popularidad en la provincia de Neuquén desde que se conoció que invita a los niños del barrio a llevarse una fruta gratis para paliar el estómago vacío.

"Se cumplía un año de la muerte de mi abuela y sentí que tenía que hacer algo", explica Sonia, de 35 años, que es dueña de la verdulería. Se acordó entonces de los niños que van para la escuela con hambre y le piden algo para comer o de aquellos que agarran una manzana y salen corriendo. "Prefiero que me pidan y yo les doy, no quiero que aprendan a robar", dice al diario LMNeuquen.

Por eso publicó en las redes sociales que le regalaría una fruta a cualquier niño que pasara con hambre por el local.

"Yo ando con cualquier trapo, pero me pinto como un payasito", dice con la alegría que la caracteriza, mientras no para de trabajar. Parte al medio una calabaza o carga una pesada bolsa de cebollas para elegir las más grandes para uno de sus clientes. En el medio, comparte bromas con todos los vecinos que ya la conocen por su nombre y dan fe de su sensibilidad.

Es que Sonia no es una testigo casual del hambre y la necesidad. Ella vivió en carne propia la falta de recursos y por eso nombró Súper Abuela a su local. "Mi abuela fue como un padre para mí, me cuidaba mientras mi mamá trabajaba de noche como empleada de limpieza", relata mientras se le humedecen sus ojos oscuros.

Cuando tenía 8 años, su abuela le enseñó a hacer pochoclos y ella salió a venderlos. "Desde entonces, nunca paré de trabajar", dice y recuerda un periplo de trabajos que la llevó a convertirse en cafetera en el Mercado Concentrador, en su primer vínculo con las frutas y verduras.
Hace cuatro años, la tragedia la golpeó con una fuerza impronunciable. En su horario de trabajo, se enteró de que su mamá había muerto atropellada en la Ruta 22, pero la sensibilidad de su jefe no alcanzó para que le dieran el día libre. "Quería que hiciera el inventario cuando acababan de matar a mi mamá", recuerda.

Aunque Sonia siempre agachaba la cabeza por necesidad, el dolor de adentro la llevó a responderle y acabar con los maltratos. Sonia renunció a su puesto con apenas 200 pesos en los bolsillos, con los que compró una bolsa de papas que salió a vender en un Fiat Uno destartalado que siempre la dejaba a pie.

Su tesón y el amor con el que atiende dieron sus frutos, y cuatro años después, la mujer ya tiene un pequeño local. Pero la difícil situación le permite apenas pagar el alquiler, los impuestos y el sueldo de Karina, la mujer que la asiste con las ventas.

"Yo vivo en una caja de zapatos, y a veces no me queda ni para una remera, pero yo vivo para trabajar y me llevo todo el cariño de la gente", dice Sonia, quien asegura que los que menos tienen son los que más dan. Por eso, mientras posa algo incómoda para las cámaras, prepara cuatro cajones de zuchinis para donar a un comedor.

Ese cariño que desparrama la llevó a convertirse en la tía de todos los chicos del barrio Confluencia, que la saludan y le cuentan cosas que no comparten ni siquiera con sus papás. Y a todos les deja la misma enseñanza: "Les digo que estudien así no terminan en una verdulería como yo", dice la mujer y se ríe otra vez.
Un corazón que ganó una gran clientela

La alegría que esparce Sonia Santibáñez en su verdulería es una de las características que más aprecian sus clientes, que también llegan al lugar convocados por los buenos precios de los artículos. "Venimos dos veces al mes desde Valentina porque nos asesora muy bien", relata un comprador.

Además de cortar verduras a pedido, Sonia ofrece consejos para que los clientes ahorren un poco más y hagan rendir sus compras. Ofrece surtidos de frutas por 190 pesos los dos kilos y vende cuatro morrones verdes por 50 pesos.

"Tengo bananas baratas con buen color", le dice a una clienta y le aclara que regrese más tarde para elegir uvas de la zona, que van a salir más económicas que las de afuera. A otra mujer le ofrece choclos frescos y, ante la falta de efectivo, le aclara que puede pasar a pagar otro día.
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