Sociedad Tras un vida llena de sacrificios

Ejemplo de vida y superación: Abuelo terminó la primaria a los 92 años

Cantalicio Oropel con sus 92 años culminó la escuela para adultos en La Calera, un pequeño poblado de La Rioja. El abuelo cumplió con los tres tramos del plan de estudio en forma íntegra. Conocé su historia de vida.
Cantalicio Oropel con sus 92 años culminó la escuela para adultos
Foto: Cantalicio Oropel con sus 92 años culminó la escuela para adultos
Crédito: El Federal online
Después de una vida dura, llena de privaciones y sacrificios, Don Cantalicio Oropel, a los 92 años, no se dio por vencido y quiso saber mas. Por eso es que estudió "aprovechando la oportunidad que me dan y que no tuve cuando era joven".

Amable, sencillo, humilde, trabajador y perseverante, según aseguran todos lo que lo conocen, éste hombre eligió seguir creciendo, aunque por su edad esté en el ocaso de su vida. Y esta semana recibió su diploma de la primaria.

"Es una lección de vida que nos da todos los días y nosotros lo ponemos como ejemplo para los chicos jóvenes a los que a veces les cuesta dedicarse al estudio", dicen las docentes Adriana Melián y Flavia Aguilera, que junto a la profesora de manualidades Lorena Agüero son las maestras de la modalidad de Educación de Jóvenes y Adultos de La Rioja que atienden al poblado cuatro veces a la semana.

La Calera es un pueblo quince kilómetros al oeste de Chepes, en el Departamento Rosario Vera Peñaloza, ubicado más de 300 kilómetros de la Capital de La Rioja. Tiene once casas, de las cuales hay cuatro desocupadas. Viven allí unas 35 personas. Se llega por un intrincado camino de tierra, con subidas y bajadas, con vados y cursos de agua que lo atraviesan en medio de los verdes cerros riojanos, lo que le da una belleza particular.
La casa donde vive Cantalicio está en la ladera de un cerro, rodeada de otros tres ranchos que él construyó con sus propias manos. Los algarrobos, los chañares, la jarilla y las tuscas adornan el lugar de pastos duros, verdes y amarillos por la crudeza del invierno.

"A mi me gusta leer y me gusta saber de todo, y ahora que me dieron la oportunidad, no la quise perder y quiero aprender todo lo que pueda. No sé que va a pasar cuando termine la escuela, pero ya lo veremos", dice el bisabuelo que tiene dos hijos, cuatro nietos y cuatro bisnietos.

"A nosotros nos dice que él va a seguir estudiando porque todavía piensa vivir otros 15 años", dijo la docente Flavia Aguilera, quien está segura que "si llegan a poner un nivel secundario, él seguiría sus estudios".
Pero éste hombre, que no usa anteojos, no tiene diabetes y sólo se queja de "dolores de viejo en los huesos cuando hace frío", no tuvo una vida fácil. "De chico con mis cuatro hermanos -2 varones y 2 mujeres-, quedamos huérfanos cuando murió mi madre y yo tenía 8 años. Nos cobijó un vecino, Segundo Flores, y su esposa Eulogia Tobarez, que tenían 6 hijos que ahora son mis hermanos de crianza".

Nació en la Villa Casana, a unos seis kilómetros al oeste de La Calera, el 13 de mayo de 1926. Es hijo de Daniela Oropel, que murió durante el parto de su sexto hijo, a los 38 años.

En 1958 se casó con Angélica Tobarez, su compañera de toda la vida, que pasó sus últimos años en silla de ruedas y que murió en febrero. "Por eso no quiso festejar su cumpleaños", confesó Irene, su hija soltera, que vive con él.

Durante la juventud "trabajé siempre en el campo. Como donde vivíamos no había trabajo, fui a Tucumán y trabajé en los ingenios azucareros. Después estuve en Mendoza podando olivos y pasé muchos años yendo a trabajar a San Juan en la cosecha de uvas en el verano y haciendo poda y zanjeos en los parrales para traer recursos a mi casa. Trabajaba al día o al tanto, según el trabajo que hubiera que hacer", contó.

"En aquella época no había las posibilidades que tenemos hoy. En el campo no había escuelas ni nadie se ocupaba de enseñar. Nosotros éramos muy pobres y ahora veo que todo hubiera sido distinto si hubiese tenido un estudio", asegura.

Pero ahora "todo es distinto, porque las maestras vienen todos los años a preguntar quien se quiere anotar para estudiar y después vienen todas las semanas y nos enseñan".
En medio de la profundidad del campo, donde no hay Internet y la señal de celular hay que buscarla, este bisabuelo se levanta todos los días a las siete de la mañana, "pongo la pava y mientras se calienta el agua, le doy de comer a las gallinas. Después me preparo un café y miro la televisión", relata.

Reconoce que duerme un rato la siesta después de almorzar, que la comida que más le gusta es el asado, "pero comemos arroz, polenta, fideos, guiso, pollo, pizza y comidas simples como el estofado". Casi como una receta para la longevidad advierte que "siempre tomo un vaso de vino tinto con las comidas y eso si: no puede faltar la sopa".

En la tarde "me gusta estar al solcito, riego las plantas, hago cosas de talabartería como fustas y rebenques y cuido los frutales para tener frutas de temporada y cuando baja el sol, me gusta ponerme cerca de la salamandra, le echo leña y ahí me dejo estar y espero a que mi hija me llame a cenar". Se acuesta después de las 23.

En el rancho donde vive tiene televisión satelital ("con tarjeta") y le gusta ver los noticieros. Está muy informado de todo lo que pasa.

En la tele no se pierde ni El Zorro ni Los Simpson y es hincha de Boca "de toda la vida".

Del deporte tiene buenos recuerdos del automovilismo, porque "un día vi a los hermanos Galvez en Mendoza y desde ahí les seguí la carrera y me hice hincha de ellos, que eran Oscar Alfredo Gálvez y Juan Gálvez, que corrían con Ford y salieron muchas veces campeones de Turismo Carretera".
Fuente: El Federal online
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