
Mientras se esperaba la llegada del cortejo, quien luego dirigiría la ceremonia explicó a los periodistas que los musulmanes no exigen haber profesado la religión en vida y explicó que “su hija siempre dijo que vivió como católico y si él decidió esta ceremonia nosotros no tenemos por qué juzgarlo, será Allah quien lo haga”.

Finalmente, explicó que en las tradiciones islámicas no hay excesiva muestra de pesar, ni gritos ni llantos desolados, porque es el comienzo de un nuevo mundo, y que una vez concluida la ceremonia, la familia se queda media hora junto al cuerpo para no dejarlo solo en el momento del pasaje.
Todo eso se vio en el Cementerio Islámico de la calle Pedro León Gallo, que quedó en medio de Puerta de Hierro, uno de los barrios más inseguros de la Matanza, lo que llevó a que se desplazaran gran cantidad de fuerzas de seguridad de todos los ámbitos, Federal, Bonaerense, local, Gendarmería y hasta el Grupo Especial de Asalto Táctico (GEAT), todos fuertemente armados y prevenidos ante cualquier problema que pudiera surgir ante la gran cantidad de autos de alta gama que se trasladaron al lugar.
Entrar, incluso, tuvo sus complejidades. En principio, se decía que no se dejaría ingresar a la prensa, pero vino una orden directa de Zulemita para levantar la prohibición. Luego, hubo otro contratiempo. Los hombres que estaban con bermudas y las mujeres que estaban con polleras cortas tuvieron que recorrer las casas vecinas para pedir -o comprar- pantalones o faldas más largas. Imposible entrar sin esa exigencia.

El hermano Eduardo fue el primero en llegar. Se colocó junto a su familia bajo la sombra y esperó la llegada del cortejo. Enseguida se lo vio entrar a Alberto Kohan, ex secretario general de la Presidencia. Al poco tiempo se escucharon las sirenas que traían el féretro y las familias más allegadas. Entraron primero dos autos con las coronas principales y, minutos después, el ataúd cargado por los Granaderos a Caballo a paso de hombre. De a poco se fueron acercando otros familiares y amigos, muy difíciles de identificar por los barbijos. Se pudo distinguir a Adrián Menem, hijo de Eduardo, y a Rafael Aguirre, chofer y custodio por cuatro décadas.
