Policiales Violencia en un estacionamiento

A dos meses del ataque, el playero no se recupera y el agresor sigue prófugo

Las hijas de Arturo López, el playero agredido en un estacionamiento no entienden por qué aún no encontraron al adolescente que golpeó a su padre hasta dejarlo inconsciente. A 2 meses de la brutal agresión, el hombre no recupera la lucidez.
"No sabemos cuándo va a estar bien. No sabemos siquiera si va a estar bien". "No sabemos si nos reconoce pero no puede expresarlo o si no sabe quiénes somos". "No sabemos qué va a necesitar, cómo va a quedar". "No sabemos nada y es horrible. No le deseo a nadie vivir en la incertidumbre, no hay nada que desequilibre más".

Agostina, una de las hijas de Arturo López, el empleado de un estacionamiento que fue golpeado en la cabeza por un adolescente, convive desde hace casi dos meses con la desesperación de no saber y la necesidad de respuestas. Pero hoy ningún médico o médica puede decirle cuándo y cuánto su padre, que tiene 66 años, se recuperará o cuántas y cuáles serán las secuelas. Para eso, aún es pronto.

"Si los médicos pudieran decirme 'de acá a seis meses, tenés que ser fuerte', yo aguanto porque sé que tengo una fecha final. Pero estamos (ella, su hermana y su madre) en un camino que no sabemos cuándo termina", dice.

Son las dos de la tarde del lunes 10 de enero de 2022 y Agostina está aislada en su casa. Tiene Covid. La confirmación de la infección, en un momento de pico de contagios y con ella entrando y saliendo todos los días de una clínica, también la golpeó: "A veces siento que la vida me dice 'tomá, estresate un poco más".

Las circunstancias se le suman pese a sus intentos por evitar lo imposible: impedir que otros problemas aparezcan. "Nuestra vida ahora es esto. Todos los días son iguales. Ver qué pasa con papá, decidir quién va a la clínica, en qué horario, cuál es el próximo estudio. Yo trabajo como secretaria en una oficina pero, aparte de eso, no hago otra cosa y nos super cuidamos por papá. Por suerte él está vacunado y yo al momento de contagiarme no estaba con mi hermana. Ella pudo encargarse de acompañarlo".

En el Centro Médico Fitz Roy, adonde Arturo López fue derivado a mediados de diciembre y donde permanece internado con una terapia de rehabilitación cognitiva y física, permiten el ingreso de una persona por paciente internado. Esa medida, que recuerda a los primeros meses de la pandemia, cuando las visitas se prohibieron en las terapias intensivas y se limitaron a un familiar en el resto de las salas, hizo que las hermanas se turnaran y no se vieran, esquivando el contagio de una a la otra.

Antes del inicio de la tercera ola de coronavirus, compartían las visitas. Sentadas al lado de la cama de hospital, le hablaban a Arturo, le mostraban fotos viejas, de él tocando la guitarra, le reproducían sus chamamés preferidos a través de YouTube, lo tomaban de la mano. Ni antes -juntas-, ni ahora -por separado- le preguntan sobre lo que ocurrió el 19 de noviembre, el día de la agresión. No pueden hacerlo, no sólo para evitar que se ponga nervioso, sino por algo más elemental: él perdió la capacidad de sostener un diálogo. "Papá sigue muy desorientado", dice Agostina.

Durante algunos momentos de la internación, las enfermeras debieron atarlo a la cama, porque no comprendía dónde estaba, quería desconectarse de los equipos que lo monitorean e irse. Hoy esa práctica ya no es habitual. Pero ver a Arturo en su estado actual sigue siendo doloroso.

"El 24 a la noche me destruyó pensar que él estaba allá, solo. Con los años perdí la conexión con la Navidad y esa semana, con todo lo que estábamos viviendo, se me había pasado por completo la fecha. Pero cuando el 24 finalmente llegó, fue duro. Trataba de pensar que él no se daba cuenta, que para él era una noche más, que al día siguiente íbamos a ir con Flor (por Florencia, su hermana), pero no había alivio, porque yo sí sabía que era Navidad y que él estaba solo porque un pibe le había pegado".

Y el año nuevo inflamó su angustia, su enojo: "Fue peor. Porque pensé '2021, qué año de mierda'. Pero qué me depara el próximo, ¿va a ser otra mierda, con mi viejo en la clínica y el pibe prófugo?".

Por teléfono, Agostina pide perdón por su pesimismo, dice que quizás está en una fase oscura, que quizás sea el Covid. Dice que intenta ser positiva y agradecer que tiene a su papá vivo, pero tampoco quiere edulcorar nada.

"Yo no tendría que estar suplicando a los integrantes del Poder Judicial que encuentren al responsable de que mi papá esté así, porque es su trabajo y ganan muy bien", dice. Y enseguida equilibra: "No quiero hablar mal ni faltarle el respeto al fiscal, a la secretaría o al Poder Judicial. Solo siento que tengo todo el derecho del mundo a preguntarme qué pasa: ¿Lo están buscando? ¿No lo quieren buscar? ¿Quién protege a este pibe?".

El viernes 19 de noviembre Arturo López no vio venir el golpe. Tenía un brazo apoyado en la ventanilla de pago del estacionamiento y el otro, en reposo, al costado de sus piernas. Su cuerpo no estaba en posición de pelea. Tampoco, de defensa. Él aún no lo sabía, pero el adolescente que lo dejaría inconsciente ya se estaba preparando.

El chico de 17 años se acercó y se puso entre su madre y Arturo, quienes discutían por un rayón que había aparecido en un auto. Después, el chico corrió a su madre hacia atrás. Y por último, pegó. Fue una piña directa a la cabeza y todo en Arturo empezó a perder realidad. Cayó desvanecido y su cuerpo chocó contra el suelo. Todo quedó filmado por una cámara de seguridad.

La noticia sobre lo que había ocurrido primero llegó a Curuzú Cuatiá, al sur de Corrientes, donde Arturo nació, pasó la mayor parte de su juventud y tiene familiares. Después del ataque, y después de dar aviso a emergencias y a la Policía, un empleado del estacionamiento agarró el celular de Arturo, buscó en el registro de llamadas y marcó uno de los últimos números. Era el teléfono del mejor amigo de Arturo, quien desde Curuzú Cuatiá se comunicó con otra familia, que a su vez contactó en Buenos Aires a Mirian Luna, la ex esposa de Arturo, la madre de sus dos hijas y quien hoy además es la representante legal de la familia en la causa que siguen adelante la jueza Carla Cavaliere y el fiscal de menores Mauro Tereszko.

El adolescente de 17 años está prófugo desde el 26 de noviembre, cuando la jueza Cavaliere firmó el requerimiento de detención efectuado por el fiscal Tereszko. La orden de arresto se hizo una semana después del ataque, cuando el video de la cámara de seguridad ya se había viralizado.

"Tienen los datos de la familia del pibe. Pudieron verificar esos datos. Tienen las herramientas y los recursos del Estado a su disposición. No puedo entender, no me entra en la cabeza: ¿Tan complicado puede ser encontrarlo? -dice Agostina-. Ni siquiera podemos encargarnos solo de la salud de papá, con el peso que eso ya tiene. No, además se suma la angustia, la impotencia, de saber que la persona que dejó a mi viejo así no va a recibir su pena". (Clarín)
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