Policiales Juicio a expriora

Un testimonio clave reveló detalles sobre cómo trataban a carmelitas en Nogoyá

Una monja carmelita que reside en un Convento de Neuquén, confirmó que Luisa Toledo aplicaba tormentos y que esa modalidad de actuación estaba al margen de lo que establecen las constituciones de la congregación.
Juicio a la expriora de las Carmelitas en Nogoyá
Foto: Juicio a la expriora de las Carmelitas en Nogoyá
Crédito: Luisina Viviani/Entre Ríos Ahora
Laura Lestrade, una monja carmelita que reside en el Convento de la Santa Cruz y San José de Neuquén, declaró en el juicio a la religiosa Luisa Toledo, expriora del Monasterio de la Preciosísima Sangre y Nuestra Señora del Carmen, acusada del delito de privación ilegítima de la libertad y separada de su cargo en 2016. Su intervención en el proceso, a pedido de los defensores Miguel Cullen y Guillermo Vartorelli, resultó clave.

Laura Lestrade reveló que Toledo aplicaba tormentos y que esa modalidad de actuación estaba al margen de lo que establecen las constituciones de la congregación de las carmelitas. Antes de recalar en un carmelo de Neuquén, estuvo en el monasterio de Nogoyá, donde cumplió la función de "tornera": la encargada de atender la puerta. Reveló que Toledo ejercía más presión y violencia sobre S.A., una de las religiosas que denunció privación de la libertad, a quien encerraba y castigaba.

Toledo obligaba al uso del látigo y el cilicio aún en contra de la voluntad de las religiosas. Dijo que cada viernes, durante la lectura de un salmo, la carmelita que así lo sintiera, podía "mortificarse", que durante los diez años que Toledo fue priora del convento carmelita de Nogoyá usaba esa práctica en obligatoria. "Si se enteraba que una religiosa hablaba con AS después te trataba mal a vos la priora", dijo.

Según publica el sitio Entre Ríos Ahora, respecto de la otra víctima, A.R.P., la situación de maltrato se extendió los seis años que, de distintos modos, le pidió a Toledo que le permitiera mudarse a otro convento o irse de la congregación. Después de las peticiones verbales, A.R.P. lo empezó a hacer por escritos. Le dejaba notas a la priora que ésta indefectiblemente hacía añicos, también contrario a la regla.

La reglamentación interna de las carmelitas indica que una petición de ese tipo debe ser puesta a consideración del capítulo -una reunión plenaria de la comunidad conventual- y, posteriormente, ser puesta en conocimiento del arzobispo Juan Alberto Puiggari, para que éste comunique al Vaticano. Toledo no hacía nada de eso. Más todavía, según contó la religiosa que legó del Sur: Toledo le impedía la salida por temor a que contara lo que realmente ocurría en el convento.

Durante la instrucción de la causa contra la monja Toledo, S.A. relató que la expriora como forma de castigo ante un disenso, la obligaba a utilizar el cilicio (cinturón de alambre con púas) en sus piernas; también le imponía la utilización de una mordaza fabricada con un trozo de madera o un tubo tipo de "Redoxón" perforado en su extremo, los que atados con un hilo, era sostenido por detrás de la cabeza de la víctima y así le imponía el "voto de silencio" durante lapsos que iban desde horas, hasta una semana. Otra forma de reprimenda en el convento era la "penitencia del pan y agua": se encerraba a la víctima en su celda (nombre atribuido a los dormitorios, cuyas dimensiones no excedían los 2 x 3 metros) durante períodos que iban de tres o más días. En medio de esos tormentos, un día intentó quitarse la vida azotando su su cabeza contra el suelo.

A.R.P. soportó castigos parecidos. Cuando expresó su voluntad de abandonar el carmelo, la superiora empezó a hostigarla. Contó que ni siquiera se atrevía siquiera a dirigirle la palabra a la Madre Isabel, el nombre religioso de Toledo. Y reveló que en enero de 2016 "le escribió nuevamente su intención de irse a otro carmelo, a lo que la Madre Isabel respondió manifestándole que si se iba a otro lugar lo iba a arruinar como estaba arruinando ese convento con su mala vida y mala conducta", según se lee en el expediente judicial. En medio, soportaba de Toledo "reproches y acusaciones permanentes de desobediencia en tonos agresivos y reprimendas de los que no se podía defender porque le imponía acatar el deber de guardar silencio".

La priora, además, "le indicaba realizar trabajos en el jardín o la huerta, -previo esconder la pala, y la obligaba a realizar igual los trabajos con sus manos directamente en la tierra, que literalmente la forzaba a "rascar la tierra con las manos".

Las audiencias del juicio a la monja Toledo son presididas por un tribunal que conforman los jueces Darío Crespo, Javier Cadenas y Alejandra Gómez. Este jueves, a las 9, habrá una inspección al convento carmelita de Nogoyá, y luego, en los tribunales de esa ciudad, los magistrados escucharán el testimonio de tres religiosas. El cierre será con los alegatos, este viernes, en Gualeguay.
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