"Todavía soy demasiado romántica. Cuando tengo la mirada en un hombre me quedo ahí. Soy honesta. La pasión no la divido. Y si miro hacia otro lado, es para irme a la mierda. La fidelidad es un tema demasiado superficial. ¿Qué es ser fiel a otro? ¿No mentirle? ¿No enamorarse de alguien más? ¿No tener sexo con más personas?", argumenta.
"El concepto infidelidad fue haciéndose más grande que el de libertad, por ejemplo. Algo de lo que no se habla. Es para mí algo no condenatorio. Si a mí me pasara que mi pareja me estuviese engañando serialmente, tomaría distancia pero sin juicios, sin demonizar. Pero, como soy, seguramente reflexionaría sobre la negación o la comodidad, conceptos con los que no comulgo. Porque me detendría en un autoexamen: "¿Dónde estaba yo? ¿Qué estaba mirando?" Si no, la culpa siempre sería del otro. No sé si será sano, ni si me enorgullece ser así, pero tengo mi felicidad muy conectada al todo o nada", agrega.
"No le estoy dando demasiada oportunidad al amor. No sé si soy egoísta o vaga, pero mi soledad, o mejor dicho mi vida familiar, es de una belleza tan sofisticada, de tanto privilegio, que no me hace falta nada más. Soy de raje rápido. Últimamente nadie me convence. Si alguien me gusta, que se sienta halagado. Ahora, como buena caprichosa en cuestiones de deseo, si alguien me vuelve loca no evalúo circunstancias ni consecuencias", afirma.
"Jamás estuve 'en busca', y no tengo registro de haberme enamorado ansiosa por eso. Lo de 'uy, ese me gusta, voy a levantármelo' no sé cómo se hace, y ni me animaría. Pero sí soy la más conquistadora en un vínculo en el que hay cierto conocimiento, como con el casting ya hecho (se ríe). Ahí voy a por todo. El amor o el enamoramiento o el encantamiento, para bajarle un poco el precio, siempre apareció irrumpiendo en mi vida", termina la morocha más linda.