No son pocos los especialistas que coinciden en que en el interior de los vagones podría estar el fastuoso salón Ámbar, cuya construcción se remonta al 1700. Cuando Federico I se convirtió en el primer rey de Prusia, su esposa Sofía Carlota de Hannover resolvió mostrar la "grandeza" de su marido levantando una sala especial en el Palacio de Charlottenburg, ubicado en Berlín.
Tras seis años, quedó construida una obra arquitectónica única: de 55 metros cuadrados formada por gigantescas placas de ámbar, láminas de oro y cientos de piedras preciosas. Sin embargo, en 1716, el rey Federico Guillermo II de Prusia buscó fortalecer el vínculo con su aliado el zar Pedro el Grande y le obsequió la sala Ámbar.
Así la cámara fue instalada en el Palacio Catalina y permaneció indemne a la revolución bolchevique y la guerra civil. Pero, años después, frente al avance nazi, los soviéticos buscaron ocultar y trasladar los tesoros de San Petersburgo a Ekaterimburgo. El objetivo no tuvo éxito.
Los nazis interceptaron la sala, la trasladaron rumbo a Alemania y la exhibieron en el Castillo de Königsberg. Según señala el diario La Tercera, hay varias teorías en torno a la sala Ámbar: fue destruida por los bombardeos aliados, los nazis lo rescataron y se hundió en un naufragio o permanece enterrado en las ruinas del palacio prusiano.