Sociedad Conmovedora historia

De botines baratos y bullying, a la Selección: La historia de Lucas Pratto

Empezó a jugar con botines de 30 pesos, en canchas que tenían más tierra y vidrio que pasto. Le hacían bullying y su papá lo abandonó de pequeño. A veces, no tenían ni para comer. La historia del 9 que ilusiona a millones de argentinos.
Lucas Pratto, el 9 de los goles lindos que empezó a jugar con botines de 30 pesos. Su papá lo abandonó de pequeño. Se tatuó a su mamá y su hermano es su mejor amigo. Cuando la Selección lo ignoraba llegó a pensar en jugar para Brasil.

"En Cambaceres me tenía que comprar los botines, y como no tenía plata para tener unos de marca, mi mamá me los hacía fabricar en una zapatería del barrio, donde me salían mucho más baratos, la mitad de lo que costaban los Envión, por ejemplo. Ni hablar de unos Puma o unos Nike. En la zapatería salían 25 pesos los negros y 30 si los querías de un color. Para combinarlos con los colores de Cambaceres yo los pedía blancos y con la pipa de Nike roja. Todo trucho, por supuesto", contó Lucas Pratto sobre sus inicios a El Gráfico, allá por noviembre de 2013.

Entonces el Gordo no imaginaba que tres años después estarían puestas en él las esperanzas de los argentinos que quieren que a la Selección le vaya bien. Hoy el apellido Pratto es el depósito de la ilusión con dimensiones tan grandes como su espalda porque Edgardo Bauza lo eligió para reemplazar a Gonzalo Higuaín en el partido con Colombia: e hizo un gol.
La peleó bien de abajo, desde el barrio donde su mamá Daniela, a la que lleva tatuada, le hacía fabricar sus botines porque para los de marca no le alcanzaba: "Nosotros somos muy humildes", cuenta ella, quien trabajaba de lo que sea para sostener a Leandro y Lucas, sus hijos a los que crió sola tras la separación de Mario Antonio Pratto, el padre que se fue y formó otra familia: "Él está y no está, tengo tres hermanos más pero no es un tema del que me guste hablar. Está ahora, que su hijo juega al fútbol", dijo el goleador tiempo atrás en declaraciones al diario La Nación sobre la dolorosa relación con su progenitor en noviembre de 2014, 10 meses antes de su fallecimiento, ocurrido el 14 de septiembre de 2015.

Lucas comenzó a jugar no por pasión, sino por amor. Es que el que se relacionaba con la pelota era su hermano Leandro, tres años mayor, que era su ejemplo y lo imitaba en casi todo. Nació y se crió en el humilde barrio Altos de San Lorenzo, en La Plata. Comenzó a jugar en Gimnasia de Los Hornos, un club de fomento, y luego pasó a Estudiantes pero en el Pincha solo lo querían para jugar la liga amateur. Entonces se fue a Cambaceres, donde jugaba su hermano. "Iba al colegio en bici a la mañana, volvía a mi casa y caminaba 20 cuadras para tomar un colectivo para viajar a Ensenada. Tenía una hora de viaje de ida y otra de vuelta: volvía a casa a las 9 de la noche, muerto. Me vieja me preguntaba si tenía deberes y le mentía diciéndole que no, sólo quería comer y acostarme", recordó en la mencionada entrevista con El Gráfico.

En la vida de Lucas, hubo mucho sacrificio. "A veces nos sentábamos a comer con mi mamá y mi hermano y sólo había un mate cocido. Es interesante que uno lo cuente, pero no intento dar ese ejemplo, porque no está bueno que eso le pase a nadie. Sobre todo, a los más chicos. No quiero dar sólo ese mensaje a los pibes, porque tuve otros valores, como la contención de mi vieja y una gran amistad con mi hermano. Esas dos personas dieron todo por mí. Después, si comíamos o no, si comprábamos ropa o no, es otro asunto. Siempre fuimos para adelante", resalta.
Después de Cambaceres pasó a Boca gracias a un pedido de su hermano: "Que le hagan una prueba, sólo una", le dijo en 2004 Leandro al preparador físico Gabriel Palermo, hermano de Martín, el mítico goleador Xeneize. Quedó en el club de La Ribera y allí fue campeón con la Quinta pero no llegó a Primera. Se fue a préstamo a Tigre, donde debutó en la máxima categoría. Hizo un goles en 13 partidos, cuando tomó una decisión shockeante para su familia: se fue a vivir a Noruega para jugar en el ignoto Lyn Oslo. Volvió tras una experiencia que le sirvió para madurar.

Ahora sí, Boca le abrió las puertas. En el Xeneize no hizo goles y la explosión del goleador no llegaba. Luego vino Unión y allí hubo un atisbo. Universidad Católica de Chile y Genoa fueron sus otros destinos antes de desembarcar en Vélez, donde logró aquello que tanto buscaba: hizo 43 goles en 128 partidos y fue figura de los tres títulos que ganó con el Fortín (Inicial 2012, Campeonato de Primera 2013 y Supercopa Argentina 2013).

La Selección, sin embargo, no llegaba. "En la calle, me piden que vaya a Boca o River, me felicitan por cómo juego. Que algunos me digan que soy el mejor delantero del fútbol argentino es fuerte. Sin embargo, nunca pienso más allá, trato de no pensar en la selección. El gran problema que tengo es que contamos con la mejor delantera del mundo. Más competencia que Brasil, que ahora tiene a Tardelli, por ejemplo. Messi, Agüero, Icardi, Di Santo, Tevez, Higuaín, Lamela. Es muy difícil", decía en 2014.
Pasó el Mundial de Brasil, pasaron las Copas América de 2015 y 2016. Pasaron las tres finales perdidas y los goles errados de Higuaín, Messi y Palacio. Pasaron Sabella y Martino. Pratto se fue a Brasil a jugar y a hacer goles en el Atlético Mineiro. Edgardo Bauza llegó a la Selección y en su primera convocatoria no sólo lo llamó sino que lo puso como titular ante Uruguay. Y ya no faltó en los llamados del Patón. Lucas marcó el primero de los dos goles del empate que impidió la vergüenza ante Venezuela y pedía pista en silencio. Y en medio del griterío por el bajo desempeño de los popes de la Selección, le tocó entrar por Gonzalo Higuaín.

La carrera de Lucas Pratto tiene un pilar fundamental: su mamá Daniela. "Hablé con Lucas y le dije que no se olvide de dónde viene y todo lo que luchó. Jugaba en canchas con más tierra y vidrio que pasto", dijo Daniela Sivetti en una emotiva entrevista.

"Lucas luchó siempre y hoy va a hacer lo mismo. No es Messi. Messi hay uno solo. Pero él va a poner sangre y corazón para defender la camiseta argentina. Hizo mucho sacrificio para estar ahí", agregó Daniela.

Y contó: "Yo me separé del papá de Lucas cuando él tenía un año, todo me costó mucho. No tenía plata para comprarle botines de marca por eso íbamos hasta una zapatería para que se los hagan. Éran truchos y le duraron poco, pero él pedía que sean blancos y les hacía pintar la pipa roja para que sean como la camiseta de Cambaceres".
"Como mamá es muy duro y estoy nerviosa, se les exije demasiado. Ellos son seres humanos y muchas veces están muy presionados", destacó Daniela, que agregó: "Bajo presión es cuando Lucas mejor responde, ojalá esta noche le vaya bien".

Los compañeros que le decían "gordo" en el patio de la escuela Nuestra Señora del Valle vieron el partido Argentina-Uruguay echados en un sillón, reclamando un perdón que no hace falta pedir. Hace años le hacían bulliying. Pero el "gordo" no tiene rencor, siempre empujó para adelante, la única manera de olvidar lo que hiere.

Quizá por eso, por su manía de dejar atrás lo que duele, su cabeza está algo adelantada, como permite ver la curvatura de su espalda, una espalda que ensanchó con la terquedad de quien se resiste a los "no vas a llegar".
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