Sociedad Vocación

La hermana Rita y la segunda fundación de un barrio

Alcira Rausch nació el 13 de marzo de 1925 en Aldea Santa María. A los 16 años marchó a Buenos Aires y se alistó con la Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto.
Tiene 86 años –en verdad, los cumple el 13– de los cuales 64 los ha vivido como consagrada de una congregación a la que ingresó cuando tenía 16. Fundó una escuela, que primero se llamó San Martín de Porres y luego Antonio María Gianelli, y con esa escuela, un barrio, Anacleto Medina Sur.

Esta mujer doblegada por los años, acuciada por los estragos de la memoria, que viste un hábito blanco de religiosa, que mira con una mirada lánguida, celeste, que da trancos leves, inseguros, que trastabilla con su propia historia, esta mujer un día se plantó firme, mujer resuelta, y dijo esa frase que después la marcaría para siempre.
–Yo voy –dijo esta mujer, de hábito blanco, que dice que no tiene nada, que dice que tiene todo.
Afuera el Sol reverberaba en el asfalto duro, y adentro, en esa sala silenciosa, un Cristo en la pared alta, y un funcionario municipal que hablaba de planes y proyectos, y de urbanizar los bordes de la ciudad, cerca de los bañados del río, y que como todo aquello era monte chato, senderos de tierra, y nada más, haría falta también una escuela, y qué mejor que un hábito religioso para ponerse al frente de la tarea.
Era diciembre, era 1968, era ese funcionario que había cruzado la calle, desde el edificio municipal hasta el Colegio del Huerto, y esas monjas sentadas a la mesa, oyendo.
–Este hombre se cruzó desde la Municipalidad hasta donde estábamos nosotras, la comunidad del Huerto, y nos contó eso, que tenían ese proyecto, que iban a desmotar todo acá y construir viviendas en la zona, pero para eso necesitaban un hábito y yo levanté la mano. Yo dije yo voy, y allá fui.

Acá es este barrio que surca una plaza reformada, que tiene un centro de salud y una escuela amplia, de dos plantas, y que tiene asfalto, y muchos, muchísimos habitantes, pero que antes no. Es el bajo, la zona sur del barrio Anacleto Medina –Anacleto Medina homenajea a un uruguayo de Colonia, Anacleto Medina y Biera, que peleó junto a José Gervasio Artigas, que se unió después a las filas de Francisco Ramírez, y que cuando el caudillo entrerriano cayó muerto en Río Seco, fue el encargado de rescatar a la mítica Delfina, y a rey muerto, rey puesto, siguió bajo las órdenes, sucesivamente, de Ricardo López Jordán, Lucio Mansilla, y después peleó junto a algunos porteños–. Acá, a este barrio, Anacleto Medina, llegó esta monja de hábito blanco.
–¿Le costó cumplir la promesa de armar una escuela acá, cuando acá no había nada?
–No, a mí todo me fue fácil. O sea, me gustaba, estaba enloquecida con todo esto. Gracias a Dios, siempre tuve una buenísima salud, y eso me ayudó siempre. Me vine de mil amores, recontenta. Me vine yo solita, en ese tiempo estaba solita. Ahora no, ahora ya hay una congregación acá instalada.
–¿Qué se acuerda de aquellos inicios, cómo fue el principio de esta obra?
–A ver, vamos a ver: un día, yo bajé, no sé para qué, y me encontré con la novedad de que me habían robado lo poco que teníamos en la escuela. La gente me alertó, le han robado, decían, no baje, me pedían. Pero yo vine, y encontré a los tipos que se habían robado los bancos. Fui y los hablé, y para mí, que cuando vieron la monja, se hicieron encima. No me esperaban. Los enfrenté y les dije: “Todo termina, si ustedes llevan los bancos y las sillas, y los dejan de donde los han sacado. De lo contrario, aviso a la policía”. Devolvieron todo.
Este barrio, al que la monja, esta monja de hábito blanco llama el paraíso terrenal, cambió, y encontró en el camino algunos prejuicios, y miradas prejuiciosas, pero esta monja, esta monja de hábito blanco, dice que no es así.
–Acá nos conocemos todos –dice.

Alcira Rausch nació el 13 de marzo de 1925 en Aldea Santa María, a 60 kilómetros de Paraná, hija de Andrés y de María, ocho hermanos, dos religiosas, uno sacerdote, nieta de aquella abuela gringa, Bárbara Stang de Rausch, que les inculcó a fuerza de tesón, a fuerza de costumbre, a fuerza de fervor diario, la religión católica. La abuela Bárbara era mujer de rezar rezos diarios, de hincarse en el piso, de santiguarse, salve a la Virgen, gloria a Dios Padre.
Los nietos, también.
La pequeña Alcira creció como crecen los nenes y las nenas de pueblo, de pueblo ínfimo, de pueblo de catolicismo arraigado, y con la abuela Bárbara diciéndole esto sí, esto no. Y cuando fue adolescente, entonces, no pensó demasiado qué camino seguir. A los 16 años marchó a Buenos Aires y se alistó con la Congregación de las Hijas de María Santísima del Huerto, la obra fundada por el sacerdote Antonio María Gianelli en 1829, en la ciudad de Chiávari, Italia.
Ahora es enero, es invierno, es España, y la joven Alcira está en un camino que no tendrá retorno: toma los hábitos, hace los votos perpetuos, y está allá lejos, bien lejos, en Pamplona, primero, y en Santander, después, y está sola, lejos de sus compañeras, lejos de las novicias con las que ingresó a la congregación, lejos de todo. Allá se hizo monja, y dejó de ser Alcira para ser, después, y serlo para siempre, Rita. La hermana Rita.
–¿Por qué Rita?
–Sabés que no sé. Creo que por el nombre de la superiora de la congregación en ese momento. Yo no lo elegí, me lo eligieron. Y no me explicaron. Solamente me pusieron ese nombre.
–¿Nunca tuvo crisis con la vocación?
–Jamás, jamás. Siempre fui feliz con la vocación. Creo que no hubiese servido para la vida matrimonial. No, de ninguna manera. Además, yo no sé cocinar, nunca supe. No sé ni hacer una sopa.

La escuela de la hermana Rita surgió en la zona norte de Anacleto Medina a finales de la década de 1960 en sitio prestado, y en 1971 se inauguró la actual, tres aulas, techos de zinc, patio de tierra, en la parte baja del barrio, Anacleto Medina Sur, cerca de los anegadizos.
Ella sola fundó, gestó y dirigió esta escuela, la Escuela Privada San Antonio María Gianelli (primero se llamó San Martín de Porres), durante los años en los que la orden de las Hermanas del Huerto la mantuvo destinada allí, entre 1971 y 1984.
Ese año la trasladan a Victoria, y luego a Mendoza, hasta 2000, cuando regresa a su escuela, dieciséis años después.
Pero después algo cambió. Algo había cambiado en el barrio, más en la escuela. Las tres aulas se habían transformado en un complejo que ahora tiene 700 alumnos, y desde hace 12 años, una casa de religiosas de forma permanente. La hermana María de Jesús, una paraguaya de mirada ajustada, cuenta que ahora la escuela está iniciando un camino inverso: cierran los tres años del ciclo básico de la secundaria porque no cuentan con ayuda oficial para mantener en funcionamiento esas divisiones. Que será una escuela con oferta hasta sexto grado y nada más. Lo dice con tono de pesadumbre y derrota.
Pero este mediodía luminoso de marzo la hermana Rita está sentada a una mesa y ve pasar la vida, y le parece que todo está bien, que todo está mejor, que nada puede estar mal.
Una nena, seis años, guardapolvo blanco, cruza por la sala y pide monedas, de modo compulsivo lo pide. La hermana Rita no entiende.
–¿Qué? ¿Qué dice?
–Pide moneditas.
–Ah, moneditas. No, moneditas no. Otro día venís y te doy caramelos. Ya está, andá nomás.
–¿Ha recibido homenajes?
–No, todo lo que sea homenajes no me gusta. A mí me gusta trabajar, siempre me gustó trabajar, trabajaba todo el día.
–¿Qué espera de la vida?
–Todo y nada. Lo tengo todo, no necesito nada. Tengo todo y no tengo nada. Yo soy feliz.
–Lleva más de 60 años como religiosa, y el 13 cumple 86 años. ¿Los va a celebrar?
–No, nunca los celebro. Capaz que ese día la hermana, en el comedor, pone un poquito más de comida, pero nada más. No me gusta festejar mis cumpleaños.

De más a menos

La Escuela Privada Antonio María Gianelli inicia este año una reducción de su oferta educativa. En vez de crecer, decrece. Cerrará los tres primeros años del nivel secundario, hasta quedarse reducido a una escuela primaria, de nivel inicial hasta sexto grado. Dice la hermana María de Jesús, directora de la institución, que tuvieron que hacerlo obligadas por la situación económica, sin recursos, con dolor.
–Estamos cerrando por falta de apoyo económico. Teníamos hasta noveno año del viejo esquema. Con la aprobación de la nueva ley, teníamos que quedarnos con el sexto, o ampliar toda la secundaria. No tenemos infraestructura para ampliar, y entonces cerramos. Este año, cerramos primero, el año siguiente segundo, y el último año, tercero, y así vamos a quedar con sólo hasta sexto grado de primaria.
–¿Qué va a pasar con esos chicos?
–A diez cuadras está la Escuela de Gaucho Rivero; a ocho cuadras, la Juan Manuel de Rosas; y a 12 cuadras, la Juan XXIII. No queríamos cerrar, porque sabemos que el chico se queda en la calle, y un chico en la calle es un futuro delincuente. De por sí al chico le cuesta muchísimo mantenerse en la escuela, y ahora que se van a tener que trasladar, va a ser peor. Nosotros acá le damos mucha contención al chico.
–¿No hubo forma de conseguir apoyo?
–Presentamos tres años seguidos notas pidiendo ayuda para ir construyendo un aula por año. En 2007, 2008 y 2009. Tres años seguidos. Y no logramos nada. Y tenemos que cerrar.
–¿Qué nivel de cuotas tienen?
–Nosotros cobramos 10 pesos por familia. Nada más.

Fuente: El Diario.
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