Policiales El relato

Qué declararon las presuntas víctimas del cura Marcelino Moya

Un médico y un estudiante de Derecho relataron en la Justicia de qué modo el cura Marcelino Moya, hoy párroco de Seguí, habría abusado de ellos entre 1992 y 1997. Revelaron las vejaciones que habrían soportado del religioso.
Un médico y un estudiante de Derecho relataron en la Justicia de qué modo el cura Marcelino Moya, hoy párroco de Nuestra Señora de la Merced, de Seguí, habría abusado de ellos entre 1992 y 1997.
El relato de las víctimas
Cuatro horas después de testimoniar en la Justicia, P.H., 36 años, médico, salió con gesto resuelto del edificio del Ministerio Público Fiscal, donde estuvo cara a cara con el procurador Juan Francisco Ramírez Montrull, y dijo, enfático, sin ambages: "Yo ya estoy jugado".

"A los ojos de hoy, me es difícil entender las cosas. En ese momento, yo era un pibe, y a mí me hablaban de dogmas y de pecado, y el referente espiritual que yo tenía, que tenía mi familia, me practicaba sexo oral, me masturbaba. Era muy fuerte", dijo a ElDiario, media hora después de salir del edificio de Tribunales.

Había amanecido a la vida con la certeza de que sería un chico bueno, esos chicos buenos que se sacan buenas notas en la escuela, que llevan al hombro la bandera, y todo eso fue la niñez para él. Sacó buenas notas, fue abanderado en el Colegio La Inmaculada, de Villaguay, y alguna vez le contó a sus padres su intención de ingresar al Seminario, ser cura.

No fue sacerdote, pero fue un perseverante de la vida religiosa en la parroquia Santa Rosa de Lima, donde en los primeros 90 recaló como vicario un joven cura, Marcelino Ricardo Moya. El cura fue, desde que llegó, un hombre expansivo y seductor: ganó el afecto de las familias y de los jóvenes, y cada día, la casa parroquial acogía a chicos que iban a estar con el cura como si fueran a la casa de un amigo.

P.H. habló de todo eso, su niñez, su adolescencia, el cura, sus miedos, sus angustias, sus pesares y sus sufrimientos, y habló durante casi cuatro horas en la Justicia.

"Cuando declaré ante el fiscal, intenté recordar cada detalle, pero no pude definir muy bien los tiempos. Sí soy conciente de haber formado parte de la Acción Católica antes de que llegue Moya, y estar vinculado a la Iglesia. Y cuando llega, lo conozco de la iglesia, y como profesor del Instituto La Inmaculada, donde yo era alumno. De estar en el grupo de Acción Católica a formar parte de su grupo más cercano, no tengo la secuencia, cuándo pasó, como pasó. En realidad, intenté metabolizarlo para sacármelo de la cabeza. Era un tipo con una personalidad súper seductora. Creo que a muchos les va a llamar la atención en Villaguay cuando conozcan la denuncia", dijo.

Después. P.H. terminó la secundaria en La Inmaculada, y en 1997 se instaló en Rosario, y en Rosario se recibió de médico. Entre 1999 y 2014 tuvo tres terapeutas con las que trató la situación de abuso por la que atravesó de chico, y solamente a finales del año pasado pudo contárselo a sus padres. Cuando se lo contó a su hermana María del Huerto, ésta se conectó con el actual párroco de Santa Rosa de Lima, José Dumoulin, y éste lo impulsó a hacer la denuncia judicial.

Ante la consulta de ElDiario sobre a qué edad ocurrieron los abusos, la supuesta víctima, explicó: "No puedo definirlo con precisión. Ocurrieron entre los 14 y los 16 años. Pero en el relato que hice en la Justicia no pude precisar bien en qué año ocurrieron. Sé que dormía en la parroquia, sé que el cura me masturbaba, sé que me practicaba sexo oral. Eso no me olvidé, y no lo olvidé incluso a pesar del trabajo que hice por no recordar. Yo pensé incluso que iba a poder olvidar todo. Pero no pude. Siento como si me pasó una aplanadora espiritual. Incluso, tuve que alejarme de mi profesión, porque caí en el desinterés, en no poder ver al otro como alguien que necesitaba ayuda, sino que sentía desprecio por todo. Estoy como en una pausa".

-Pudiste superar la situación, hacer la denuncia, ¿y ahora?

-Hoy siento que me subí a una moto de 600 centímetros cúbicos y no me quiero bajar. Estoy jugado, quiero seguir con esto en la Justicia, y que no le pase a otro pibe lo mismo que me pasó a mí. Lo que me pasó a mí fue un robo de la inocencia, me quebraron la metáfora de la vida. Sentí que, de golpe, me dijeron en la cara que los reyes magos no existían. Yo siempre hice todo lo que debía hacer, como el chico bueno que era. Pero me pasó esto, y sentí que el mundo no tenía escrúpulos.

-Debió ser un proceso duro llegar a la denuncia en la Justicia

-A mí me mueve un principio simbólico: primero, asumirme como víctima y después poder dejar de serlo. No quiero quedar atrapado en el lugar de víctima. Para dejar de ser víctima, tengo que llamar al orden a mi psiquis. Para dejar de ser ese chico abusado, tengo que pasar a ser un adulto denunciante, sin ser hipócrita.
El segundo en declarar los supuestos abusos cometidos por el párroco, fue E.F. Hoy tiene 33 años y es estudiante avanzado de Derecho.

Contó que estaba una tarde en la casa parroquial y en un momento se quedó a solas con el cura Marcelino Moya, y no sabe cómo, ni por qué razón, ocurrió aquel zarpazo: empezó a tocarle la entrepierna.

No lo pensó demasiado ni tuvo reparo alguno: se lo sacó de encima, salió corriendo, y lo primero que hizo fue contárselo a sus amigos -que no le creyeron-, y lo segundo, ponerlo al corriente a su padre -que no quiso hacer la denuncia- de modo que ese mismo día tomó una decisión sin apelaciones: no pisaría jamás nunca una iglesia, ni estaría cerca de ningún cura, ni se sumaría a ningún grupo católico.

"Yo estaba siempre en la iglesia, y de un día para el otro desaparecí", recordó ahora, durante una charla en ElDiario. "Mi viejo decidió no denunciar nada porque el cura era muy querido, y entonces eso iba a sonar muy loco. De hecho, ninguno de mis amigos me creyó. Les dije: "El padre me manoseó". No me creyeron. Hice dos años de terapia, y todo esto me costó mucho. No me permitió ser feliz. Lo mejor que podía hacer ahora era hablar, cortar con el silencio, y que no le vuelva a pasar esto a alguien más. Quiero advertir que estas cosas pasan, y que le ha pasado a mucha gente. Lo mejor es hablar, que se sepa", cuenta.

-Lo pudiste hablar, pero no te creyeron

?Hubiese sido mejor que me creyeran, porque con este silencio que hubo por tantos años no sé si no se ocultan más cosas. No sé si alguno de mis amigos no sufrió algo similar a lo que me pasó a mí.

-¿Qué recordás que te pasó después de ese abuso?

-Me perseguí mucho. A mis amigos los seguí tratando en otros ámbitos, pero nunca más volví a la Iglesia. Yo andaba por la calle, veía cierta gente, y me alejaba. No quería cruzarme al padre en ningún lugar. Vivir así era muy complicado, y eso te pasa factura. Te volvés desconfiado y eso te va en contra, y te erosiona las relaciones con los demás. En la facultad, prácticamente me volví un solitario. Ahora me estoy abriendo un poco. Pero esto me traumó.
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