Policiales Sucedió en Anacleto Medina

Crimen de Alejandro Comas: a poco de que prescriba la causa su familia aún espera respuestas

Sucedió en Anacleto Medina . Hay una familia que espera que alguien se acerque a Tribunales y diga lo que sabe para que pague el responsable del crimen, antes que la causa prescriba el año próximo. Es por el homicidio de Alejandro Comas.
Lo que nunca se dijo del asesinato del joven del barrio Anacleto Medina Sur de Paraná. Su familia espera que la Justicia o los testigos que callaron, permitan encontrar al culpable. Y que pague.
Hay un pacto de silencio acerca del asesinato de Alejandro Comas. Quienes lo llevaron, quienes lo apuñalaron, quienes tiraron el cuerpo a la vera del río. También quienes sabían y no advirtieron antes y tampoco hablaron después.
“Integrantes de una secta de la religión umbanda lo captaron y una vez adentro no lo dejaron salir, aunque quiso. Participó de varios ritos y tal vez vio cosas que hubiese preferido no ver. En la madrugada del 14 de junio de 2003, Alejandro fue el sacrificio por la promesa de una mai. Su sangre fue la ofrenda a un dios que existe solo cuando suenan los tambores, el alcohol inunda la sangre y la cocaína atrofia la conciencia. Su vida es la ausencia en una casa del barrio Anacleto Medina Sur, en una familia que espera que alguien se acerque a Tribunales y diga lo que sabe para que pague el responsable del atroz crimen”, antes que la causa prescriba el año próximo, indica Uno.
La secta y los ritos
Nada de esta historia surge del expediente que permanece inmóvil en el Juzgado de Instrucción Nº 2. Por el contrario, las pruebas y los testimonios no le alcanzaron a los sucesivos jueces que tuvieron la causa para tomar medidas o profundizar alguna pista, si es que lo intentaron.
Pero la familia Comas lo sabe muy bien. Mario, uno de los cinco hermanos de Alejandro, se movió más que los propios investigadores. “Mi hermano se juntaba con ese grupo umbanda. Lo que yo descubrí es que hacían fiestas todos los viernes, porque les hacen creer que los fines de semana baja un espíritu, y les dan bebidas, drogas y alucinan. Había una señora que se llama Sandra, ella lo introdujo dentro del grupo, empezó a llevarlo, se lo ganó. Él, por curioso, empezó a ir y se empezó a meter adentro, había fiestas donde iba gente conocida del ambiente político, jueces, de todo. Ahí circulaba droga, prostitución”, contó a UNO.
De a poco, quienes le mentían con los milagros de la religión, lo fueron llevando a la muerte: “Ellos en un momento de la vida tienen que sacrificar a un ser querido, así sea un hijo, un nieto, alguien de sangre o un amigo muy cercano, y esta señora tenía que sacrificar al hijo, pero no se animó. Entonces tenía que entregar a alguien a quien ella apreciara como a un hijo, y había dos personas: mi hermano y otro muchacho que vivía en calle Los Jacarandaes, que nunca supimos el nombre. Esa misma noche la señora Sandra vino a la casa de este muchacho y le dijo a la madre que no lo deje salir. Mi hermano se había dado cuenta lamentablemente tarde, hacía dos semanas que no salía de acá, hacía un mes que quería salir del grupo, y viste que cuando estás ahí y ves cosas, no te dejan salir así nomás. O seguís en el grupo o vas a morir”, afirmó Mario.
Unas semanas antes del asesinato, hubo varios mensajes que anunciaban lo que iba a pasar, aunque nadie los pudo descifrar. María Eugenia, otra hermana de la víctima, recordó: “Un día yo vengo de la escuela, y me siento a comer una manzana en el escalón de la puerta y encontré un cuchillo enterrado, y en la otra puerta mi papá encontró otro. Nunca lo relacionamos. Una noche mi otra hermana dijo que escuchó pasos en el patio. Mi papá se levantó a las cinco de la mañana a tomar el té y cuando prendió la luz vio que habían dejado una vela, una estampita de San La Muerte, una tapita de un frasco de mermelada con dos cigarrillos en cruz, y aceite. Alejandro se levantó y dijo que no tocaran nada”.
“Lo mismo pasó dos o tres días después, dejaron adelante de la casa una tapita con cigarrillos cruzados y aceite”, contó Mario.
La tarde del viernes 13 de junio de 2003, Alejandro fue a la Universidad Popular de calle Corrientes en el centro de Paraná a buscar el diploma de inglés para turismo que había logrado. Volvió a su casa de calle 1168, se bañó y se preparó para salir. Le dijo a su padre que se iba a lo de Lupe, una amiga de calle Luis Palma, a comer unas pizzas. Este fue el último contacto que tuvo con un familiar.
Al día siguiente Ramona se levantó y vio que su hijo no estaba. Se fue a trabajar a una casa y regresó al mediodía. Comieron en familia: “Dejale unas empanadas a Alejandro que no ha vuelto”, le dijo el marido. “¿Cómo que no volvió? ¿A dónde se fue?”, le preguntó. “No, no volvió desde ayer”, le aclaró.
Un llamado a la comisaría novena advirtió que unos pescadores encontraron un cuerpo en la costa.
Poco después llegó una chica a la casa y le preguntó a María Eugenia si estaba Alejandro. Ante la respuesta negativa, le dijo que lo habían encontrado tirado en el bañado cerca del barrio Paraná XVI. Salieron todos corriendo para allá. La Policía había hecho un cerco entre los pastizales, alrededor del cuerpo. Al costado había una cuchilla con mango de madera y su documento de identidad. Volvieron a la casa para contener a Ramona y darle la noticia.
Según la autopsia, la muerte de Alejandro se produjo entre las 5 y las 7 de la mañana del 14 de junio. Su cuerpo tenía más de 50 puñaladas, pero murió en la número 35, que le alcanzó el corazón.
El recorrido que hizo el joven entre la noche del viernes y la madrugada del sábado es incierto, y los testigos que declararon haberlo visto nunca fueron claros y en varios casos se contradijeron.
Una versión aportada por un testigo que se presentó por su cuenta, indica que él y Alejandro caminaban por calle Galán y Montiel, cuando los abordó un chico de apellido Núñez con un arma blanca. Los llevó a ambos a punta del arma blanca hasta atrás del club San Miguel, donde le clavó una puñalada en el pecho, y luego salió corriendo. La historia resultó inverosímil, ya que ni siquiera la remera de Alejandro estaba rota por la presunta puñalada. Además, nadie explicó cómo le propinaron las otras decenas de cortes.
La otra hipótesis desarrollada por la familia es la del sacrificio umbanda: a Alejandro lo llevaron a una vivienda, que podría ser la de un hombre de apellido Pérez, que es un pai umbanda, en el barrio Mosconi, donde lo ultimaron a puñaladas. Luego, en un carro llevaron su cuerpo hasta el bañado. Además, en la línea de esta versión, todos mienten o callan.
Esa casa fue allanada por la Policía y encontraron un toldo con restos de sangre, una cuchilla en un ropero y un pantalón con materia fecal. No se hicieron cotejos de ADN por falta de presupuesto, o de voluntad.
Los que saben y los que callan
Además de aquella mujer llamada Sandra, y del pai Pérez, para la familia Comas hay muchos más que participaron o saben qué pasó. Por ejemplo, el vecino que iba a ser la ofrenda de aquel sacrificio, pero zafó al ser Alejandro el elegido para morir. Atrás de la casa vivía Luciana, una amiga del joven quien según la familia Comas sabe cosas que nunca se animó a decir. “Ella sabía todo, a dónde iba, qué hacía, todo, y estaba en el grupo umbanda también, eran recompinches, todo el día andaban juntos”, dijo María Eugenia. También hay una mujer cuyo marido habría tenido un amorío con Alejandro, y podría haber tenido intereses en la muerte del joven.
Lupe, la vecina a donde dijo Alejandro que iría la noche del viernes, declaró que llegó tarde a su casa y no sabe si su amigo pasó o no. Esto tampoco convenció a la familia.
A varios de ellos la familia de Alejandro ha cruzado en la calle o en el colectivo muchas veces en estos años. Ante los reproches, agachan la cabeza y siguen su camino.
No bajan los brazos
Pese al silencio y a la ineficacia judicial, en estos 11 años Ramona y su familia, junto a otros familiares de víctimas de delitos de la asociación Vidaer, no dejaron de reclamar por el esclarecimiento del crimen.
“La Justicia es así, por eso indigna y da bronca, si yo fuera millonario pongo toda la plata y esto se averiguaba en una semana. Pero sabiendo de dónde veníamos, del barrio Anacleto, ¿quién se va a calentar por un pibe que no era conocido, que era gay, que estaba metido con un grupo de ritos umbanda? ¿quién se va a calentar? Nadie. Como fue con este hombre que falleció lamentablemente en Puerto Viejo, en seguida al otro día ya sabían quién le había disparado, porque era un contador conocido. Lamentablemente esto es así”, fustigó Mario.
Y Ramona agregó: “Nosotros hace 11 años que andamos pidiendo justicia, siempre fuimos dos o tres, andábamos en la plaza y te decían ‘sigan, sigan’. Pero esto va a seguir, porque la droga va avanzando cada vez más”.
Sin embargo, la impunidad deja sus secuelas. No hay nada que atenúe el dolor del padre o la madre que pierde a un hijo, es obvio. Pero se evidencia que si la muerte queda impune, el dolor se multiplica, el duelo nunca termina, el día en que Alejandro se fue a comer unas pizzas a la casa de una amiga sigue siendo hoy. La Justicia y las personas que callan la verdad ni siquiera le permiten a la familia Comas cumplir con la promesa que hicieron frente a la tumba de Alejandro: que quien lo hizo iba a pagar.
Fuente: Uno
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