Espectáculos El vaquero más famoso

Mitos y verdades sobre el reconocido actor John Wayne, "El Duque"

Hay muchas leyendas en torno a Wayne, algunas generadas por él mismo. "John Wayne: The life and legend", dibuja a un tipo vulnerable que anhelaba ser la figura que había construido de sí mismo en el cine de Hollywood.
Para mediados de los 70 las ofertas ya no le llovían a John Wayne. Así las cosas, con un pulmón menos por el cáncer y cerca de la setentena, se subió gustoso al carro cuando le propusieron encarnar a J.B. Books, pistolero del Viejo Oeste afectado por una enfermedad terminal en El tirador.

Lo que los productores ignoraban era que el vaquero por antonomasia estaba afectado por una dolencia al corazón que lo habría hecho inasegurable para cualquier compañía. De ahí que "El Duque", según recuerda una fuente citada por el biógrafo Scott Eyman, pusiera discretamente US$ 250 mil de su propio salario para ayudar a pagar el seguro requerido por su contrato. Para peor, antes de iniciarse el rodaje, una biopsia acusó la presencia de un tumor creciendo en su estómago: si bien éste fue tratado exitosamente, el hombre no estaba ni por lejos en condiciones óptimas para un rodaje que además se desarrollaría en una zona montañosa.

Pero, según continúa el reporte de Eyman en John Wayne: The life and legend, se salió con la suya. Y hasta logró imponer no pocas de sus mañas durante el rodaje ante el director Don Siegel, cuya fama por Harry, el sucio no lo libró de padecer más de una humillación de parte de un ícono americano que, aun si muy enfermo, no podía ser despedido de la filmación.

Irónicamente, la mala salud no permitió a Wayne terminar la escena en que le dan muerte: quien se ve caer baleado es un doble. Pero lo que quedó en la retina fue la despedida digna y decorosa de una figura popular como pocas en la historia del cine, que en 25 de 26 años consecutivos -1949 a 1974- estuvo entre las 10 estrellas más taquilleras de la industria. Y cuyo sólo nombre se asocia, aún hoy, a la geografía interminable del Oeste norteamericano; a su ambición, su violencia y su épica.
El Wayne icónico es uno de los varios que habitan esta biografía oceánica y fascinante, que complementa la que el mismo autor publicó en 1999 acerca del cineasta John Ford, maestro, mentor y padre sustituto para Wayne, nacido como Marion Morrison en 1907 y muerto en 1979.

El caso Wayne
Hay muchas leyendas en torno a Wayne, algunas generadas por él mismo (por ejemplo, que se convirtió accidentalmente en actor). También hay historias de veracidad discutible, como que después de dirigirlo en siete películas John Ford lo vio en el set de un western de Howard Hawks y comentó: "No sabía que este hijo de puta podía actuar".
Eyman, sin duda, se hace cargo de las mitologías wayneanas. Pero también le pone pelos a la sopa y reivindica las dotes escénicas del "Duque". Durante años, anota, "el debate en torno a Wayne se centró en la ridícula pregunta de si sabía actuar. Sin embargo, la repuesta a la pregunta, si cabe hacerla, estaría en algo que dijo otro actor, James Baldwin: como pasa con Clark Gable, Bette Davis o Humphrey Bogart, "uno no va a verlos actuar. Uno va a verlos ser". De cualquier modo, remata Eyman, el hombre bailó con la música que le pidieran, siendo un romántico solitario con Ford (Más corazón que odio) y un desgraciado brioso con Hawks (Río Bravo).

Por cierto, concede Eyman, su "teoría unificada" de EEUU, de su destino conquistador y orgulloso, fue parte de su persona pública. Y a mucha honra. Se gastó hasta la camisa produciendo, dirigiendo y estelarizando El Alamo (1960), donde soldados tejanos son asediadosy aniquilados por el Ejército de México, e hizo algo analogable en 1968 con Los boinas verdes, apoyando a las fuerzas de EEUU en Vietnam. Pero, plantea el biógrafo, sus pares conservadores que chapotean en el patrioterismo wayneano, no deberían ignorar que su derechismo no era pavloviano (respaldó a Jimmy Carter, por ejemplo, cuando los republicanos se oponían a devolver el Canal de Panamá). Tampoco el destino trágico de varios de sus personajes autosuficientes e individualistas.

El autor admira el ser fílmico de Wayne pero también al Wayne jugador de ajedrez y coleccionista de arte. También su ética laboral y su espíritu de superación. Dice que "fue un chico torpe e inseguro, asediado por terrores nocturnos, y se convirtió en la representación manifiesta de la masculinidad estadounidense". Y no disfraza sus debilidades y torpezas, tampoco sus miedos arrasadores, vinculados en parte a no ser del todo quien la gente creía que era. Más aún, cita al propia Wayne en 1957: "Soy Duke Morrison y nunca fui ni seré una personalidad del cine como John Wayne. Lo conozco bien. Soy de quienes lo estudian más de cerca. Me gano la vida con él".
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